Refugiado

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Pasajeros de una pesadilla

La cifra impacta: en la Argentina se cometen cerca de 300 femicidios por año. Los datos son de la Asociación Civil La Casa del Encuentro, especializada en el tema. No son tan comunes las ficciones del cine argentino que abordan este problema de una manera tan clara y tan directa como lo hace Refugiado, cuarto largometraje de Diego Lerman, presentado en el último Festival de Cannes. Una madre y su hijo de siete años emprenden una traumática huida de su propia casa para evitar más incidentes con un padre celoso y violento. Ella, además, está embarazada.

Con mucha pericia, sin apelar a golpes bajos, Lerman se las arregla para transformar ese escape en lo que él mismo definió ocurrentemente como una "road movie doméstica", cargada de tensión y malestar. Pero también para ir delineando con pequeños detalles la fortaleza de un vínculo -el de la madre y su hijo- que sobrevive a la serie de zozobras que se le van presentando casi sin pausa. El trabajo de Julieta Díaz es ejemplar: la actriz se pone en la piel de esa mujer de clase trabajadora que pelea por no quedar paralizada por el temor con convicción y nobleza. Le pone el cuerpo al papel, lo llena de verosimilitud con cada gesto: cuando es presa del miedo, cuando tiene que tomar decisiones, cuando debe ser tierna, cuando tiene que mostrarse dubitativa e impotente. Sebastián Molinaro la acompaña con una madurez actoral que asombra, su trabajo conmueve por la precisión y la entrega: pasa de la inocencia a la picardía, de la confusión a la templanza con insólita fluidez.

En más de un pasaje, Lerman apela a los climas ominosos del cine de terror -la música de José Villalobos apoya con eficacia y sin subrayar- para acentuar el drama de la dolorosa odisea privada. Cuando no están escondiéndose en hoteles modestos o inapropiados, sus protagonistas circulan cercados por la paranoia en una ciudad gris y mayormente hostil perfectamente delineada por la fotografía del polaco Wojciech Staron, ganador de un Oso de Plata en el Festival de Berlín por su trabajo en El premio, de la argentina Paula Markovitch. Se podría aventurar que Staron apeló a la memoria del tono monocorde que caracterizó a su país bajo el control soviético como inspiración categóricamente funcional a la trama.

Recién cuando lleguen a un paisaje diferente, los personajes principales podrán observar con la distancia necesaria su cruda realidad, los tristes avatares de la alteración de la vida cotidiana cuando la inestabilidad transforma en transitorios cada uno de los refugios en los que urge protegerse, los que ocasionalmente ofrecen la burocracia judicial, algunas organizaciones civiles y hasta la fugaz complicidad de otra víctima infantil con la que hay química a primera vista. Todo está a punto de desmoronarse alrededor de los perseguidos de Refugiado, un cuadro de situación inquietante que Lerman presenta con sequedad e intachable solvencia.