Red social

Crítica de Santiago Armas - ¡Esto es un bingo!

Baby, you are a rich man

En la primera escena de Red social presenciamos una conversación entre un chico y una chica en una cafetería de Harvard. El chico, que habla sin parar y toca varios temas a la vez, insiste con algo de entrar a los “clubes finales” y de ser aceptado dentro de la universidad. La chica le responde incrédula, a la vez que intenta, en vano, estar a la altura de la conversación. Sin embargo ella no puede mantener el ritmo, no tanto por una cuestión intelectual, sino porque su interlocutor no está ahí, junto a ella, sino que parece tener la cabeza en otro lado, hablando para él mismo y orgulloso de escuchar su propia voz. La acción está filmada en un clásico plano y contraplano a la misma altura entre los dos personajes, hasta que se decide cortar a un primer plano de ella (aquí ya nos enteramos de que es la novia de él, y está a punto de terminar la relación), que remata la charla con una frase demoledora: “Vos vas a ir por la vida pensando que las chicas no te quieren porque sos un nerd, y yo te quiero decir, con todo mi corazón, que no va a ser por eso, va a ser porque sos un imbécil”.

Ese prólogo es vital (y me animo a decir que es la mejor charla de café entre dos personas desde el comienzo de Perros de la Calle) porque no sólo funciona como marco perfecto de todas las acciones que vendrán después, y como una muestra del perfil del protagonista. También nos da la pauta de uno de los tantos logros que tiene Red social: la unión perfecta entre los diálogos feroces y escupidos como misiles entre los personajes (al estilo de Ayuno de amor de Howard Hawks), y una dirección totalmente funcional a esa violencia. Definida banalmente como “la película de Facebook” antes de su estreno, y adaptada de la novela The accidental millionaires de Ben Mezrich, Red Social conjuga dos fuerzas engranadas de forma maravillosa.

El guión inteligente e irónico de Aaron Sorkin, un experto en generar tensión con el solo hecho de tener a dos personas gritándose en una corte militar (Cuestión de Honor) o discutiendo estrategias políticas mientras caminan por los pasillos de la Casa Blanca (The West Wing), se complementa visualmente con la precisión quirúrgica de David Fincher. Reconocido por su perfeccionismo técnico (dicen que es de tirar treinta tomas por escena en un rodaje), aunque también acusado de cineasta frío y distanciado, Fincher, como ya había hecho con sus mejores películas (El Club de la Pelea y Zodíaco), se pone nuevamente en la posición de observador de la sociedad norteamericana. Si bien muchos críticos se apresuraron a definir a Red Social como “una película que define a la generación actual” por retratar el fenómeno Facebook, y cómo llegó a convertirse en algo vital para mucha gente hoy en día, hay algo más complejo en la forma en que tanto director como guionista intentan retratar cómo se mueven estos jóvenes millonarios capaz de hacerse de fortunas inimaginables con una sola idea.

La película salta temporalmente entre dos épocas: primero, cuando el pasante de Harvard Mark Zuckerberg decide crear un programa que permita que los estudiantes puedan armarse un perfil online. Después están las audiencias judiciales posteriores, en las que Mark es acusado por compañeros de Harvard de haber robado la idea original de Facebook. En ambas, la película se adentra por completo en la cabeza del protagonista. Por eso la charla entre Mark y su ex novia al comienzo ejemplifica a la perfección cómo funciona la mente de Zuckerberg. Vemos cómo se jacta de estar siempre por encima de quien tenga enfrente, ya sean estudiantes, empresarios o abogados, y es esa brillantez mental, acompañada de un narsicismo y una grandilocuencia insoportables, la que lo lleva a convertirse en un ser que provoca desprecio y fascinación al mismo tiempo. Es en esa fascinación por un antisocial capaz de traicionar a quienes tiene más cerca para obtener lo que quiere en donde reside el máximo grado de contemporaneidad de Red Social. El tópico podría ser tanto Facebook como cualquier otro fenómeno social que se esté desarrollando actualmente, pero no es a las comunicaciones en la era digital adonde Sorkin y Fincher apuntan su mirada clínica. Se trata más bien de retratar los comportamientos de estos jóvenes que ya son millonarios e inician demandas legales por fortunas cuando apenas tienen veinte años, y de mostrar cómo tal grado de ambición los lleva finalmente a la traición y la soledad total.

Con un tono que oscila entre la comedia irónica y el thriller judicial al mejor estilo Todos los hombres del presidente, y acompañada por una música de corte industrial y metálico (del gran Trent Reznor de Nine inch nails) que acentúa ese mundo digital poblado de gigabytes y servidores, Red Social no es tanto una fotografía del presente sino un alerta del futuro, que nos hace pensar hasta dónde uno es capaz de llevar sus ambiciones y el grado de alienación que eso puede llegar a provocar, al punto tal de tener sólo una laptop como única y fiel compañera.