Recreo

Crítica de Fernando A. Alvarez - CineFreaks

El motor es la conciencia

El cine argentino clásico ha sabido tener una tradición de historias campestres, desde esas donde la naturaleza es el personaje, hasta otras más contemporáneas donde es el entorno propicio para el desarrollo de otro tipo de climas, humores y estados de ánimo. Siempre la relación simbiótica entre naturaleza y ser humano ha pergeñado historias en donde interactúan silenciosamente, a veces estruendosamente, pero ninguna queda indemne ni son las mismas tras una convivencia juntas. Recreo se erige en esa tradición que transita aguas turbulentas como lo ha hecho ¿Quién le teme a Virginia Wolf? desde el ángulo de pareja, The big chill (Reencuentro) desde la amistad, y La ciénaga desde el campo.

El hecho mismo de que su dirección sea compartida entre Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart anticipa la coexistencia de ambos universos, el femenino y el masculino, bien desarrollados. Todo se centra en el grupo de amigos que no son de diferente origen social pero cuyas experiencias de vida los han dividido en sus usos y costumbres hasta crear brechas que serán metidas en un cajón durante un fin de semana juntos en la casa de campo de los anfitriones, encarnados por Carla Peterson y Fernán Mirás, quienes reciben a dos parejas de amigos, caracterizados por Jazmín Stuart (quien además de codirigir también coprotagoniza su tercer film), Juan Minujin, Martín Slipak y Pilar Gamboa. Todos hacen lo que mejor hacen y lo hacen muy bien, elaborando las notas que mejor ejecutan de sus instrumentos, divirtiendo y poniendo incómodo al mismo tiempo con un timing fluido, que por momentos traspasa la pantalla.

¿Los replanteos generacionales son más fuertes a los 40?, ¿los cuestionamientos a la hipocresía de la sociedad sirven para algo?, ¿sentir que se creció en vano, o que directamente no se ha crecido?, la verdad es que se está ocupado viviendo, trabajando, criando los hijos y cuando de pronto se hace un instante de calma se ven las cosas con otra perspectiva, pero esta pausa, este recreo es menos lúdico de lo que parece en un primer momento…ya que implica tomar conciencia, ver las cosas desde otra perspectiva -aunque haga falta subir literalmente a un globo aerostático para hacerlo- y cuando se cobra conciencia de los defectos, de los errores, de cómo nos ven los demás y esa imagen no se corresponde con la que teníamos y habíamos construido de nosotros mismos, de las contradicciones entre el discurso y los hechos, la estantería se derrumba y nos paralizamos. Como esa mancha venenosa que jugábamos de chicos y nos la pasábamos, contagiando, y uno se quedaba inmóvil al hacer contacto con otro…un efecto dominó si se quiere.

Juegan los adultos, y juegan los chicos…que abandonados a su suerte hallan otro mundo allí en la foresta, donde juegan a ser adultos sin saber lo que es a ciencia cierta. Pero los juegos se terminan, los momentos de replanteos se terminan tengan resolución o no, el recreo tiene un final y nada se construye desde la inmovilidad, porque lo que mueve al mundo no es ni el dinero ni el sexo, es la inconciencia.