Recreo

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Sexo, mentiras y carne asada

Siguiendo la fórmula del cine argentino más exitoso en lo comercial, la comedia de Guerschuny y Stuart junta a unos matrimonios sin apremios económicos pero con unos cuantos problemas de pareja, que irán asomando mientras la carne se dora a la parrilla.

Asentado históricamente en dramas y melodramas, el cine argentino de aspiraciones más comerciales modificó su norte hace unos cuantos años y, desde entonces, está como esos perros que giran en círculos persiguiendo su propia cola. Los lanzamientos fuertes de las primeras semanas de 2018 sirven como ejemplo de un abanico formal y temático cuyos límites asoman tan claros como difíciles de superar: adaptaciones literarias de thrillers o policiales de “gente como uno en situaciones extremas” (Las grietas de Jara), un buen puñado de apuestas de género fantástico y/o terror más preocupadas en replicar modelos que en darles una impronta personal (No dormirás) y, último pero no menos importante, comedias sobre parejas y/o familias de clase media-alta. A este último grupo pertenecen los títulos más exitosos de 2016 y 2017 (Me casé con un boludo, Mamá se fue de viaje), y ahora se le suma la flamante Recreo, dirigida a cuatro manos por Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart y protagonizada por ella misma y un buen grupo de actores conocidos como Fernán Mirás, Carla Peterson, Juan Minujín, Pilar Gamboa y Martín Slipak.  

Es llamativo que la plata sea un elemento dramático –un problema– ausente en el cine mainstream de un país donde se habla de ella (o su falta) prácticamente todo el tiempo, a cualquier hora y lugar. A cambio hay personajes en una posición económica de holgada para arriba y una acción narrativa movida por los deseos reprimidos y secretos silenciados durante años. Deseos y secretos que generalmente pasan por lo sexual/sentimental en medio de una crisis de mediana edad. En ese sentido, lo que se propone Recreo –como los exponentes recientes más exitosos del género– es empardar ese malestar con el de cualquier hijo de vecino. 

El film comienza con la llegada de dos parejas al caserón del campo de Leo (Mirás) y Andrea (Peterson) para pasar un fin de semana a todo trapo. Hasta tienen un empleado que hace el asado por ellos. Lo que no tienen es mucha comunicación con su hijo preadolescente que, cuando no duerme, deambula por las reuniones como un zombie. 

Mariano (Minujín) y Guadalupe (Stuart) también esconden cosas debajo de la alfombra. Él acaba de dejar su trabajo en una agencia publicitaria para armar un emprendimiento propio, mientras que ella anda con una depresión galopante generada tanto por su reciente maternidad como por una pareja que no parece quererla ni comprenderla demasiado. Completan el sexteto Nacho (Martín Slipak) y Sol (Pilar Gamboa), a cargo no de uno ni de dos sino de tres críos de cinco años. Todos ellos se conocen… bueno, desde hace bastante tiempo, según se deduce. No le hubiera venido mal a Recreo más profundidad en ese pasado en común: a fin de cuentas, toda amistad tiene una pata en el presente y otra en los recuerdos compartidos. La velada marchará de maravillas durante las primeras horas, con charlas sobre proyectos personales y laborales de cada uno salpicado con situaciones de comedia entre clásicas y gastadas. Pero a medida que avance el reloj y la intimidad afloje las clavijas de las fachadas, asomarán los malestares internos y el desgaste de la vida durmiendo de a dos. Los personajes, entonces, se convierten en personas. Y, con esto, la película adquiere una humanidad que salva el asado justo antes de que empiece a chamuscarse.