Rebobinado

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Rebobinado: volver al futuro

 De factura artesanal, la ópera prima de Otaño se encuadra en el subgénero comedia "nerd" que Judd Apatow volvió famoso.

La comedia es un género poco transitado en un cine argentino contemporáneo mayormente serio, adusto y circunspecto. Apenas algunos trabajos de Marcos Carnevale (No soy tu mami, El fútbol o yo), la filmografía de Ariel Winograd (Vino para robar, Sin hijos, Mamá se fue de viaje) y un puñadito de títulos sueltos provenientes del ala indie (Te quiero tanto que no sé, Badur Hogar, la muy recomendable Cuando brillan las estrellas, por citar ejemplos recientes) integran una lista demasiado corta para un corpus de más de 200 películas anuales. En ese contexto, el lanzamiento de Rebobinado – La película es una bienvenida noticia para los amantes de las risas. De factura evidentemente artesanal, la ópera prima de Juan Francisco Otaño se encuadra en el subgénero comedia "nerd" que Judd Apatow volvió famoso con la serie Freaks and Geeks.

Los rasgos más visibles de esa filiación son un cariño enorme hacia sus personajes, secundarios no solo funcionales a las peripecias del protagonista sino también con aristas cómicas definidas y el uso –en este caso abuso– de múltiples referencias a íconos de la cultura popular de los noventa, a la vez que una tendencia a recaer en ese humor de vestuario de hombres propio de gran parte de la Nueva Comedia Americana. 

Tal como ocurre con los protagonistas de gran parte de la filmografía de Apatow y compañía, Alejandro (Matías Dinardo) es tímido pero bueno, dueño de un corazón enorme y poco ducho con las mujeres, con quienes no se relaciona precisamente bien aun siendo un romántico y soñador. Pero arrastra desde su más tierna infancia el trauma de haber sido rechazado por la compañerita de curso que le gustaba en una fiesta de cumpleaños. Desde entonces, frustración tras frustración. La aparición de un equipo de audio capaz de transportarlo a aquella fiesta surge como una chance concreta de revancha para conquistar a la que todavía piensa que es la chica de sus sueños.

Rebobinado está hecha con indudable amor tanto por la comedia como por aquellos íconos de la cultura pop que forjaron el imaginario colectivo de los nacidos a mediados de los ’80. Ese amor se traduce en una acumulación por momentos agotadora de referencias (los viejos VHS, la estética videoclipera, Pokemón, South Park, un viejo rockero venido a menos llamado Charly Moyo y sigue la lista), como si a cada rato Otaño quisiera demostrar que filma con conocimiento de causa. 

La historia recorrerá las postas habituales de la comedia romántica, yendo de la obsesión inicial de Alejandro a la revelación de que el amor puede estar mucho más cerca de lo que esperaba. Entre ideas y vueltas en el tiempo que le permiten perfeccionar sus armas de seducción (tocar la guitarra, bailar, defenderse de quienes lo agreden), irá cruzándose con situaciones disparatadas que sirven en bandeja varios gags eficaces, algunos graciosísimos y otros decididamente fallidos. ¿Qué diferencia a los dos primeros de los terceros? El viejo y conocido timing, esa capacidad de rematar las escenas en el momento justo. Con algo más de concisión y un pulido fino más ajustado, Rebobinado sería más que la película llena de buenas intenciones que es.