Reality

Crítica de Constanza Tagliaferri - EscribiendoCine

Telerrealidad paranoide

Con el talento suficiente para ganar dos Gran Prix de Cannes consecutivos, primero con el virulento film Gomorra (2008), que retrataba la vida cotidiana de la más baja estopa de la mafia italiana y ahora con Reality (2012), el director Matteo Garrone repone su visión crítica sobre la sociedad contemporánea a través de una historia tragicómica de cómo el mundo arquetípico del reality show rebota de lleno en la vida de un padre de familia.

Luciano (Aniello Arena) es padre de tres niños, esposo de María (Loredana Simioli) y napolitano de toda la vida. Junto a su amigo Michele (Nando Paone) se gana la vida vendiendo pescados en un puesto feriante en la plaza central. Aunque dedique el día completo, el dinero poco alcanza, a lo que, a veces, el ingenio lo saca a flote. Así, en los tiempos libres, se dedica a la importación de electrodomésticos a nombre de compradores ficticios, sobretodo ancianas del vecindario, sorteando gastos impositivos. Hasta que un día su familia lo convence de participar del reality televisivo Gran Hermano con la fantasía de resolver las penurias financieras de la familia en caso que él ganase. Nunca se hubiesen imaginado que quedar preseleccionado sería tan pesadillesco.

La contradictoria mecánica televisiva es la trama que ha atravesado varias películas. En algunas, el fenómeno reality era figurado como la recreación cuasi-paródica de “lo ordinario y real de la vida”, en otras como la fuente milagrosa de oportunidades para quienes deseen huir de la angustiante “vida real”. Son memorables los films que, como Reality, cuentan una historia acerca de las paradojas de la telerrealidad. Quizás el caso más notorio sea el de The Truman Show (Peter Weir, 1998) que, coqueteando con los límites de lo inverosímil, cuenta acerca del primer ser humano nacido en cautiverio dentro de un reality show. O en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2000) cuando, al sobrevenir la oscuridad en la vida familiar, la madre del protagonista (interpretada con maestría por Ellen Burstyn) rediseña su dieta a base de anfetaminas con la idea de volver a entrar a un vestido de su juventud y lucirlo en un show de TV con el sueño de ganar el concurso que le devuelva una mejor imagen de su propia vida.

Desde el humor y la parodia, estas dos dimensiones de la telerrealidad aparecen en la trama de Reality: primero, el fenómeno actual de Gran Hermano que, siendo un programa de entretenimiento, busca emitir el espectáculo de la vida trivial en directo o hacer culto de lo banal -como el filósofo François Jost definría a la generalidad de la expresión contemporánea- y, segundo, esa necesidad de visibilización mediática que avanza hacia una incontenible sensación de paranoia. Todo esto le sucede a Luciano, el conflicto aflora cuando algo que parecía pasajero termina por apoderase de la narración; el reality show que, en un principio, era apenas un asunto circunstancial gana importancia dramática a medida que el protagonista enloquece. Este proceso de conversión hace que el trabajo actoral de Aniello Arena aporte buena parte a la valoración positiva de la película.

Resultan imborrables las escenas que ironizan acerca del Gran Fratello italiano, esa máquina creadora de figuritas mediáticas, con dudoso talento y de intensa fama evanescente. En varias oportunidades aparece Enzo, un personaje salido de la última edición del reality, quien asiste a casamientos y a discotecas convertido en el nuevo superstar de turno. Un héroe de modé que, bajo una lluvia de papel picado y luces estridentes, sobrevuela el auditorio colgado de arneses o repite incansables veces Never give up, su frase latiguillo tan pujante como la máquina que lo parió.

Ganador de un David de Donatello por el rubro Della fotografía, la película de Garrone hace un especial uso de la composición escénica a propósito del relato. En consonancia con la retoma del conventillo como escenario donde se desarrolla la comedia italiana, la cámara realiza recorridos por la puesta escenográfica de pasillos mohosos, cuartos grisáceos y escalinatas resquebrajadas. Un tipo de disposición dramática del espacio que recuerda al estilo de Fellini. Otro acierto estético y narrativo que hace de Reality un film imperdible.