Ready Player One: Comienza el juego

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

Ready Player One: Los alegres niños de Spielberg.
“(…)Fue entonces cuando me di cuenta de que, por más aterradora y dolorosa que pueda ser, también es el único lugar donde puede encontrarse la verdadera felicidad. Porque la realidad es real“.
Ready Player One – Ernest Cline
Seguir utilizando el termino adaptación es un tanto arriesgado hoy en día, más aun en medios como el cinematográfico. Pues el conjunto de cambios con que se realizan, la mayoría de las veces puede que pase de eso a una intervención completa del material, solo quedando el esqueleto, la base que da oportunidad de todo una nueva concepción. Es un tanto arriesgado también aseverar que la película dirigida por Steven Spielberg es mala, porque cuenta con el ritmo y la inestimable experiencia del director en este tipo de divertimentos. Pero sí hay señales de que todo pudo ser algo más y no una simple comedia de acción.
Wade Watts es un adolescente al que le gusta evadirse del cada vez más sombrío mundo real a través de una popular utopía virtual a escala global llamada “Oasis”. Un día, su excéntrico y multimillonario creador muere, pero antes ofrece su fortuna y el destino de su empresa al ganador de una elaborada búsqueda del tesoro a través de los rincones más inhóspitos de su creación. Estamos en un futuro distópico, el año 2045, uno que podemos dividir entre el real y el virtual, el primero hacinado, seco y en etapa de descomposición social, donde las corporaciones son las dueñas de casi todo y el otro, el fantástico; donde evadirse no es solo una de sus características, es su mayor capital. Puedes ser quien quieras, como quieras y obtener lo que quieras. En lo único que se parece al mundo real, es que allí también la felicidad cuesta dinero.
Wade es uno de esos pobres, casi al borde de la penuria, en el mundo virtual es poco más que un buitre que vive de los despojos que quedan atrás, correr esa competencia es solo una utopía porque no cuenta con los medios adecuados, aunque sí con el ingenio y el estudio. Personaje que en manos de Tye Sheridan tiene un encanto que ayuda a empatizar no solo con él si no que también con la trama. Una que se antoja bastante superficial y que carece de las dramáticas ideas propuestas en el libro original. El director apela a varios tópicos que conoce hasta el hartazgo; la banda de amigos, la búsqueda del tesoro y la manifiesta referencia de que todo es mejor cuando se trabaja en equipo. Claro que sumado a una importante, sino más bien ingente cantidad de referencias a la tan de moda década de los ochentas el producto final es una montaña rusa, que sin muchas curvas, te lleva directo al final, sin respiro, sin contemplaciones. Todo el drama alrededor de los personajes reales se mide en unas pocas pinceladas sin mucho vuelo, como si temiera que algún momento dramático estropeara la feliz travesía en la que te cruzás con León-O, Ryu o el gigante de acero. Haciendo de la competencia un juego, un divertimento casi videoclipero que deja de lado cuestiones como el abyecto comportamiento de las multinacionales que copan todo a su paso, esas que devoran lo que una vez fue el grito de libertad de unos y el drama social que esto conlleva, en los personajes como representantes de la sociedad consumista y enajenada.
Ellos compiten por ganar a la corporación porque es lo único que les queda para vivir en completa libertad, un universo que saben afuera no existe. Luchan por lo último que les pertenece que es la enajenación total a sus miserias reales. Parecen de alguna manera correr en paralelo ambos bandos en el film y eso tiene que ver con el hecho de que poco se describe o utiliza el mundo real para explicar el virtual. No solo es una reconstrucción de varios pasajes, es también la reescritura del mensaje que da la historia.
Un gran cineasta capaz de una factura envidiable, pero que somete a la historia a una moraleja simplona que no se refleja para nada en el universo en que es dramatizado el relato. Villanos caricaturescos que no superan el apelativo de meros comparsas y que por eso no crean un antagonista que sume tensión o que refleje lo que está en juego. Ben Mendelsohn con su Sorrento es un monigote que no temería nadie y al que engañan casi de manera infantil en más de una oportunidad, criatura que nunca creerías dueña de un conglomerado que lo devora todo. La pasta está en el viaje, en la cornucopia de easter Eggs, en las deliciosas referencias musicales, pero dista mucho de exceder esto, de no ser más que un rato de diversión.