Ready Player One: Comienza el juego

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

A MI JUEGO ME LLAMARON

Spielberg encontró la historia a su medida y , de paso, malcría a nuestro niñito interior.
Venimos de una seguidilla de series de TV y películas que se agarran con uñas y dientes del “rescate emotivo” y la nostalgia por las décadas del ochenta y noventa, con la única excusa de plagar sus historias de un sinfín de referencias para, muchas veces, congraciarse con el espectador, y muy pocas en beneficio de la trama. Si nos ponemos a hilar (no tan) fino, muchos de estos “guiños” provienen de una sola mente maestra: la de Steven Spielberg, gran artífice de la cultura pop de dichos años, y sí, dueño absoluto de nuestra infancia nerda.

Entonces, ¿quién mejor que él para hacerse cargo de la adaptación cinematográfica de “Ready Player One (2011), el best seller de Ernest Cline, convertido en ‘guía espiritual’ para cualquier geek que se precie como tal?

La novela de ciencia ficción le cae como anillo al dedo al realizador, no sólo por ese universo de referencias al cual está tan acostumbrado, sino por sus entrañables personajes y un mensaje digno de esparcir en pleno siglo XXI, no tan diferente al de sus clásicos más celebrados. “Ready Player One” (2018) es futurista, un despliegue casi inabarcable de efectos especiales, pero igual conserva el corazón spielbergiano intacto, ese mismo que sabe entretener (y deslumbrar) a nuestro niñito interior.

Estamos en el distópico 2045, en una Oklahoma City que, como gran parte del planeta, sufre las consecuencias socioeconómicas causadas por la crisis energética, el agotamiento de los recursos naturales, la sobrepoblación y todas esas cosas que, creemos que nunca nos van a pasar. Wade Watts (Tye Sheridan) perdió a sus padres cuando era chiquito y ahora vive con su tía en un distrito bastante pobre de remolques apilados hasta las nubes. Su única escapatoria de esta horrendo entorno -como el de la mayoría de la población- es el OASIS, un “jueguito” de realidad virtual que fue evolucionando hasta convertirse en un universo totalmente inmersivo donde la humanidad prefiere pasar la mayor parte de sus horas.

Cualquier fantasía se puede hacer realidad y los límites los pone la propia imaginación del usuario, claro que como cualquier ficción tiene sus reglas y requiere del equipo adecuado, y las habilidades del “jugador” para recolectar diferentes ítems de interés y no perder vidas, ni moneditas, por el camino.

Pero desde la muerte de James Halliday (Mark Rylance), creador de OASIS, Wade y otros miles (¿millones?) de usuarios tienen un nuevo incentivo para vagar por los múltiples escenarios de este universo virtual. Halliday, todo un nerd fascinado con la década del ochenta (y noventa, digamos), no dejó herencia alguna, pero sí un easter egg escondido dentro de su propia creación que le dará al que lo encuentre la posibilidad de acceder a su inmensa fortuna, pero más que nada, al control de OASIS.

Así, Watts, como tantos otros, se convierte en “gunter” (egg hunter), un buscador de pistas y tesoros que lo ayuden a encontrar esta gran recompensa. En el mundo real, Wade estudia las pasiones y el diario de su ídolo (“Anorak's Almanac”), mientras que en el mundo virtual, hace de las suyas de la mano de Parzival, un avatar mucho más canchero y extrovertido que su homólogo de carne y hueso.

Wade no es el único experto en cultura pop de los años ochenta. Hay muchísimos como él, y no todos tienen las mismas buenas intenciones de fama y fortuna. Ahí es donde entra en juego (ja), Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), jefe de operaciones de Innovative Online Industries (IOI) y competidor directo de Halliday, que quiere quedarse con su propiedad y monetizarla, obviamente. Para ello cuenta con los Sixers, gunters profesionales, y todo un equipo de apoyo y estudio sobre los fetiches ochentosos.

“Ready Player One” (2018) es, básicamente, una búsqueda del tesoro cinematográfica que toma como base las reglas de cualquier videojuego. A la larga, Wade termina haciendo yunta con sus amigos virtuales -Aech, Daito y Shoto- y encuentra en Art3mis (Olivia Cooke), una Gunter más combativa, algo más que una aliada. Juntos irán encontrando las llaves que James dejó por el camino, pero tendrán que asumir los riesgos más reales cuando Sorrento quiera echar mano de sus logros y ganarles la partida.

Spielberg hace lo que mejor le sale: abraza la aventura hecha y derecha, y celebra la cultura pop, un poquito dejando afuera su propia obra (nunca fue egomaníaco), pero no la de sus contemporáneos. “Ready Player One” es un desfile de referencias infinitas (una cacería de easter eggs dentro de una cacería de easter eggs para el espectador avezado, imposible de listar) donde cada pieza del rompecabezas tiene su propósito, su homenaje y reconocimiento.

Al igual que Cline, Esteban está dispuesto a congraciar al espectador con todos estos personajes conocidos y guiños varios (ah, y no nos olvidemos de una genial banda sonora), pero nunca descuida una trama llena de acción, un poquito de suspenso y romance, y un mensaje que, al igual que el easter egg de Halliday, hay que descubrir después de atravesar unos cuantos obstáculos. El universo que plantea -junto con el guión de Zak Penn (“El Último Gran Héroe”) y el mismo Ernest Cline- es mucho más rico, interesante y efectivo en el plano virtual que en la realidad de Oklahoma; pero “Ready Player One” también es una historia de contrastes donde, finalmente, lo tangible cobra más relevancia que la fantasía escapista.

Spielberg no necesita figuras súper reconocidas para cargarse al hombro esta aventura, aunque Sheridan (la versión más actual del Cyclops cinematográfico) y Cooke se lucen más desde su avatares, que de sus personajes de carne y hueso. No ocurre lo mismo con el genial Mark Rylance, el nuevo fetiche del director, que eleva cualquier película donde aparece; o el malo siempre malo de Mendelsohn (seguro que en la vida real es un divino), un antagonista que no tiene nada de bidimensional.

No queremos spoilear nada porque “Ready Player One” debe ser descubierta nivel por nivel como bien lo plantea el director, que de paso aprovecha y se aparta un poquito del relato original. Steven nos sumerge en este mundo maravilloso, ficticio, sí, y recargado de CGI (buen CGI), pero muy bien delineado, y nos deja convertirnos en gunters de su propia aventura. Esas referencias y pistas son para Parzival y compañía, pero también lo son para nosotros; para recordarnos de dónde venimos, esas cosas que nos definen y, por supuesto, proveernos del escape perfecto para nuestra propia rutina, aunque más no sea, por un par de horas en la sala oscura de un cine.

Ojo, en medio de la acción desenfrenada y los escenarios virtuales también se permite la reflexión y la crítica hacia las corporaciones, el consumismo y, más que nada, la relación del creador con su obra.

A esto se dedica Spielberg desde la década del setenta y siempre cumple, ahora además, se despachó con una gran película de videojuegos (a no confundir con adaptación) de esas que tanto nos gustan por acá.

LO MEJOR:

- Spielberg apuntando directamente a nuestro corazoncito nerd.

- El universo virtual que plantea.

- Entender la importancia de la realidad.

LO PEOR:

- Que obvie las referencias spielbergianas.

- La falta de desarrollo del mundo real.