Ready Player One: Comienza el juego

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Un Spielberg que retorna en plenitud a sus propias fuentes

Hay que decirlo: eran gigantes, enormes, descomunales las expectativas frente a una nueva película dirigida por el (siempre) nene mimado de Hollywood. ¿Qué querían que ocurra si en los trailers vemos a un pibe subirse al DeLorean de “Volver al futuro” (1985) para correr una carrera? Los fanáticos de toda la primera etapa de su filmografía (hasta el punto de quiebre en 1993 con “La lista de Schindler”) tienen razón en su estado de ansiedad porque se trata de la suma de: Steven Spielberg, cine fantástico y un título de nombre icónico respecto de la historia de la cultura pop de los años ‘80.

En efecto, “Ready player one: Comienza el juego” tiene en su mismo nombre la virtud de la evocación pura, porque esa frase “Preparado jugador 1” era la que aparecía sistemáticamente en todas las máquinas de videojuegos una vez que los consumidores ponían una ficha para poder jugar una partida. Es en sí mismo un nombre abarcador conceptualmente y de hecho también lo es el libro de Ernest Cline, al cual esta adaptación le es esencialmente fiel, excepto por la enorme cantidad de referencias al cine spielberguiano que el propio director decidió quitar.

El espectador será testigo virtual y presencial de un despliegue de imaginación infinita a la hora de construir un universo capaz de amalgamar personajes icónicos de todas las épocas del cine, la televisión, la historieta, los libros y, por supuesto, los videojuegos. Sólo Steven Spielberg podía ser capaz de combinarlos (bien) para poder contar una historia porque, a no olvidarlo: estamos frente al narrador por excelencia. El que usa los rubros técnicos siempre a favor de la trama y no al revés. Uno de los hombres con más inventiva que el cine haya conocido, uno de esos directores de la vieja escuela, esa que todavía se muestra irreductible a la hora de amar al guión por sobre todas las cosas.

Por si era necesario entender que esto va a ser un viaje en un parque de diversiones, antes de la primera toma suena Jump (saltá) de Van Halen. Fuerza sonora pura. Año 2045. Wade (Tye Sheridan) es un adolescente que vive en “los edificios” de un barrio carenciado y precario de un futuro para nada esperanzador. Su voz en off nos presenta la coyuntura de este magro presente. La gente la pasa mal, hay crisis, se vive peor, y en ese contexto gran parte de la población, chicos y adultos, se la pasan casi todo el tiempo conectados a una realidad virtual llamada OASIS. En ella uno puede “ser lo que se quiera ser, conectarse, elegir un avatar, hacer lo que siempre soñó hacer”. Desde esquiar las pirámides o escalar una montaña con Batman a jugar distintos tipos de juegos, incluyendo un casino del tamaño de un planeta entero. O simplemente estar “enchufados” a un mundo alternativo en lugar de tener que vivir la realidad adversa.

Pero algo cambia cuando Halliday (Mark Rylance), el creador de todo esto, el “Steve Jobs” de OASIS, muere, no sin antes comunicar a la comunidad de afiliados que quien sea capaz de resolver el enigma y encontrar el “huevo de pascua dorado” se hará acreedor de la empresa y adquirirá el control total de la misma. Por supuesto que semejante cantidad de poder es codiciado por todo el mundo, en especial por una empresa competidora que sólo se dedica a tratar de ganar el juego para tenerlo todo, incluso las monedas que uno recolecta y que sirven para compras virtuales (¿las Bit Coins, tal vez?)

Desde el punto de vista de la historia rara vez un videojuego tiene personajes secundarios desarrollados como subtramas. Ready Player One no es la excepción. Quien importa aquí es el jugador principal, y si bien los otros que se adosan al equipo tienen “ese no sé qué” de pandilla inocente, que el director supo mostrar en “E.T. el extraterrestre” (1982), o como productor en “Los goonies” (1985), o “Super 8” (2012), lo cierto es que la propuesta fundamental es subirse a la montaña rusa y disfrutar el paseo. De hecho, en el festival en el cual presentó éste último opus, aclaró que “…esta es una “peli”, no un film…” como para diferenciar sus trabajos entre éste y “Lincoln” (2014), por ejemplo. Nada más honesto y coherente, aunque cabe aclararlo: cuando llega la hora de entregar el mensaje a través de la reflexión del protagonista, referido a la necesidad de que “los seres humanos tenemos que estar más conectados con la realidad”; llega más como un veloz y gran título en lugar de decantarse naturalmente por efecto del costado dramático del guión.

Por lo demás, éste estreno es un viaje vertiginoso por la historia de la cultura pop que se ver por la ventanilla del auto y va a atrapar a todas las generaciones, de Robocop a Chucky, y desde King Kong hasta Minecraft. El homenaje al cine norteamericano no deja rincón sin barrer, y hasta hay una utilización aggiornada del “Rosebud” de “El ciudadano “ (Orson Welles, 1941), como para no dejar a ningún cinéfilo afuera. La excelente banda de sonido de Alan Silvestri también tiene ribetes autorreferenciales con pinceladas y acordes de sus trabajos para “Volver al futuro” (1985) y “Depredador” (1987).

Para los que han vivido su infancia y adolescencia durante el apogeo de la carrera de Spielberg es como sentir que Steven Spielberg volvió a sus propias fuentes y hubiese hecho esta película para sentarse al lado nuestro en la butaca y compartir los pochoclos. Todo de todas las épocas está aquí, y uno no sabe a dónde mirar de tanta excitación. Es como cuando éramos chicos, la cantidad de soldaditos de plástico no alcanzaba para nuestra propia propuesta, y entonces los mezclábamos con muñecas grandes, fósforos usados y monstruos de plastilina. Valía todo. La cama de los viejos se transformaba en un desierto de dunas, los placares eran montañas y el piso era un océano inabarcable. Con Ready player one: Comienza el juego” pasa lo mismo que cuando íbamos a los locales de video juegos: la pantalla decía Game Over, pero enseguida poníamos otra ficha. Claro, queríamos volver a empezar.