Raya y el último dragón

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Películas (y series) sobre dragones hay muchas; historias sobre jóvenes e intrépidas guerreras en el marco de las producciones animadas de Disney, también. Sin embargo, la combinación entre una heroína llena de empatía y un universo fantástico con múltiples sorpresas da como resultado un relato que se inscribe en la mejor tradición del cine de aventuras y que en el terreno visual fue concebido con todo el vuelo artístico de la animación contemporánea más creativa.

La acción transcurre en Kumandra, un reino con elementos propios de la historia del sudeste asiático donde humanos y dragones vivían en armonía hasta la aparición de unos monstruos llamados Druun. Cinco siglos más tarde, esas fuerzas maléficas regresan y Raya (la voz de Kelly Marie Tran en la versión original) deberá emprender un largo periplo para encontrar al último dragón del título (en verdad es una dragona llamada Sisu, a la que Awkwafina le aporta toda su expresividad vocal).

Con ciertas reminiscencias de Mulán, pero al mismo tiempo con un despliegue estético que remite por momentos a Coco, Raya y el último dragón es una película de viajes y batallas que apuesta –muy a tono con estos tiempos– a la resiliencia y a la unión de diferentes reinos en pos de un objetivo común y superador. Lo hace, por suerte, evitando todo tipo de discurso altisonante y aleccionador (tampoco hay romances, ni números musicales) porque los realizadores confían en el poder de su narración y en la eficacia de su sencilla moraleja.