Rara

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Felicidad sin prejuicios

Hay familias que pueden ser vistas como normales o todo lo contrario, más allá de la reflexión antiquísima sobre qué significa ser normal. Pepa San Martín hace foco en una realidad tangible: la convivencia de una familia integrada por dos hermanas, una niña y una preadolescente, con su madre y su pareja lesbiana. Para las cuatro, la vida cotidiana es esencialmente feliz, con las peleas de entrecasa y las idas y vueltas típicas de toda relación afectiva. Todo transcurre en Viña del Mar, en un país donde el gobierno pinochetista hizo un cuidado trabajo para cerrar mentes y eso repercutió generacionalmente. El filme distinguido en Berlín está inspirado en un caso real, pero tangencialmente. El foco pasa por la mirada de Sara (Julia Lübbert, impecable), quien a punto de cumplir sus 13 años y en pleno despertar sexual, combina su primer cigarrillo con la primera afrenta a su madre y mientras comprueba cómo le queda el rouge también juega a ser mamá de su propia hermana. Y, lo mejor de la película, es que todo el relato transita casi sin subrayados, sin bajadas de línea ni la apología de la condición homosexual, aunque tampoco se oculta esa elección en ningún momento. Quizá está algo marcado, en un tono que podría haber sido más sutil, el glamour del papá y de su nueva pareja, que se colocan en las antípodas no sólo del modo de vida de su ex Paula (Mariana Loyola) sino también en la clase social. Hay que destacar que la protagonista es jueza, lo que tampoco queda muy explícito, más allá de que la trama se basa en un sonado caso de la jueza chilena Karen Ataya, cuyo desenlace conviene no revelar en esta crítica. Una película con hondo perfil humano, en la que el espectador quedará espejado en la veta sensible y adolescente de Sara.