Rara

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Harto ya de estar harto, ya me canse.... Cantaba Joan Manuel Serrat, allá en los inicios de la década del ’70.
Algo de ese orden se me cruza con este filme, (“basado en hechos reales”), pues a esta altura de las circunstancias me cansó el hecho de pretender ser original sólo por plantear un tema tantas veces abordado por el cine y la literatura, con visos de lo que la moda impone en la actualidad que otorga “per se” valor a la obra.
El punto de la discriminación de la mujer, de la perdida de la tenencia de los hijos por miles de circunstancias, se ha visto infinidad de veces, Desde Irán con “La separación” (2011), de Asghar Farhadi, donde el tema era la misoginia al extremo, siguiendo con “¿Qué hacemos con Maisie?” (2012), Scott McGehee y David Siegel, donde el tema expuesto es los hijos como botín de la guerra de la separación, hasta la americanas “Por encima de todo” (1992), de Jonartan Kaplan, o “Lejos del cielo” (2002), de Todd Haynes, cuyos temas circulaban tanto por la discriminación racial como la homofobia.
El punto de la enumeración es que todos y cada uno de estos ejemplos tenían en común la virtud de un buen relato, bien escrito, mejor contado desde la estructura y de las formas.
Citando a Oscar Wilde, “es curioso este juego del matrimonio. La mujer tiene siempre las mejores cartas y siempre pierde la partida”
Si bien esta producción chilena aborda un tema importante, los desarticulados de su estructura narrativa y de las formas dan por tierra con el contenido, a saber.
Narrada desde el punto de vista de Sara (Julia Lübbert), la hermana mayor de Cata (Emilia Ossandon) de 9 años, quienes viven junto a su madre Paula (Mariana Loyola), una jueza - separada del padre de las niñas - que vive con su pareja Lía (Agustina Muñoz).
No sólo Sara es el punto de vista sino que además es el personaje que promueve la acción, es el personaje actante, es la que promueve el desarrollo del flojo guión, de la también directora Pepa San Martin, con Alicia Scherson.
Pero lo que quiebra todo es que sus conflictos no pasan por ser parte de una familia “diferente”, sino que son los mismos de cualquier chica de ese mismo grupo etario, sobre todo de padres separados. Todo esto forzando a mostrar la vida cotidiana de estas cuatro mujeres dentro del ámbito de la normalidad. Intrinsecamente a esta variable es que cae en clichés insoportables, previsibles en maniqueísmos en la construcción de personajes que al final se torna insostenible.
Entonces nos encontramos con la superposición, aleatoria, de escenas tales como de festejo, peleas, discusiones, reconciliaciones, cenas, almuerzos, trabajos, escolaridad, de encuentros y desencuentros, puestos sólo en función decorativa, de manera demasiado burda.
No hay en ningún momento algo del orden del desarrollo del conflicto principal, pues este se presenta y despliega en los últimos cinco minutos de la narración en el cuerpo de la madre. Lo que redunda en el aburrimiento.
Volviendo a Oscar Wilde, decía “lo importante primariamente es si la obra está bien escrita o no”, o parafraseando al poeta cubano Israel Rojas, será que ¿”la moda me importa un papel sanitario”?