Rápidos y furiosos 8

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Coherencia: cero. Quimica de los protagonistas: 100%. Acción y adrenalina: 120%. Cuando la pavada es dirigida con virtuosismo - y está integrada por una parva de personajes que se sacan chispas en pantalla - es posible elevarla a la categoría de obra maestra. Oh, sí, Rapidos y Furiosos 8 es una tontería monumental y las leyes de la física (o de la coherencia narrativa) parecen pertenecer a otro universo pero, como espectáculo pochoclero, es digna de aplausos. En una época en donde la monotonía y los argumentos mediocres están en boga, al menos el filme de F. Gary Gray te termina dejando con la panza llena y el corazón contento, sabiendo que viste un disparate que te ha sacado un montón de sonrisas a lo largo de sus dos horas de duración.
Desde sus inicios como películas de carreras de autos hasta ahora, la saga de Rapido y Furioso ha crecido a niveles exponenciales. Ahora se trata de un equipo de temerarios embebidos en tecnología de punta y combatiendo a villanos que desean apoderarse del mundo. La Cipher de Charlize Theron (que luce mas deforme que nunca, no sé si es el maquillaje, las horribles extensiones o el botox pero parece una muñeca de cera a la que la agarró el calor) parece salida de una película de James Bond, y sus planes de dominación mundial son tan disparatados como asombrosos, ya que la mina cuenta con un arsenal de recursos y gadgets ilimitados con los cuales hace todo tipo de locuras: desde convertir a miles de autos computarizados en drones bajo su comando (y lanzarlos en una persecución infernal a lo largo de las calles de Nueva York) hasta perseguir a los furiosos por la helada superficie de un rio ruso, tirándoles un submarino atómico encima. Hay villanos que vuelven y se redimen, recursos sacados de la galera (¿cómo Dom sabía con quién contactarse en Nueva York, y cómo poseía un dispositivo de rastreo antes de dicho encuentro?), y una sarta de locuras manufacturadas con maestría. Y, en medio de todo ello, la troupe de habitués que se sacan chispas cada vez que se reunen a armar algún tipo de estrategia, Es que Dom ha pasado a la clandestinidad, la super villana Cipher parece tener algo descomunal para forzarlo a ir contra sus principios, y los buenos deben aliarse con los tipos mas malos del planeta (Jason Statham y su revivido hermano Luke Evans) para detenerla. Un mal menor para detener un mal mayor. Lástima que los chicos buenos de barrio no se llevan bien con los mercenarios que se cruzaron al otro lado del mostrador, y los chispazos terminan siendo deliciosos - es como una versión políticamente incorrecta de la pandilla de Danny Ocean -. La artillería verbal con la que se sacuden Dwayne Johnson y Jason Statham es, por lejos, de lo mejor de la pelicula.

Ciertamente el climax tiende a salirse de madre, pero al menos el filme se da maña para mostrar locuras nunca antes vistas en pantalla. Ya sea la relativamente modesta carrera inicial en las calles de Cuba, el robo de un dispositivo EMP en Berlín, la mencionada avalancha de drones automovilísticos en Nueva York o el final en el río ruso, lo cierto es que Rapidos y Furiosos 8 no tiene un gramo de grasa a la hora de mantener las cosas en movimiento - es como 2012, otra locura que, de tan exagerada, resulta infinitamente divertida -. Quizás Scott Eastwood sea demasiado tronco para actuar (lo cual es demasiado, considerando el limitado histrionismo del elenco), la balacera a bordo del avión de Cipher excede la mínima lógica que exhibe la saga, e incluso los poderes destructivos del pulso EMP sean demasiado selectivos (el coche de Toretto anda joya, el resto de la base de los malos no... pero coches, camiones y helicópteros siguen funcionando!), pero la diversión termina venciendo a la coherencia. Es posible que Rapidos y Furiosos 8 no sea el mejor filme de la saga pero, al menos en cuanto a entretenimiento, me parece que carece de rival. Y con la perspectiva de que el personaje de Charlize Theron regrese, la expectativa por las proximas entregas es alta, algo increible si consideramos que vamos por la octava entrega de una franquicia a la cual nadie le tenía demasiada fe cuando comenzara, hace ya, 16 largos años.