Rápidos y furiosos 7

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Distinto piloto, misma (aburrida) ruta

La séptima entrega de la saga de Rápidos y furiosos es una decepción. No una gigantesca, sino más bien una suma de pequeñas decepciones, bastante desvinculadas -o no directamente relacionadas- con la construcción previa de la saga. Al fin y al cabo, pedirle a esta franquicia que cambie no sólo es una quimera, sino principalmente una ingenuidad, teniendo en cuenta los excelentes resultados que viene acumulando en la taquilla y principalmente su vínculo prácticamente indestructible con su amplio público, que le festeja y defiende todo, hasta el extremo de la agresividad para con los detractores (ver los comentarios vertidos a propósito de los textos de Rápidos y furiosos 5in control y Rápidos y furiosos 6). Lo cierto es que esos fanáticos -en especial los más extremos- no son demasiado diferentes de, por ejemplo, los de La Guerra de las Galaxias, El Señor de los Anillos y hasta el cine que puebla eventos más prestigiosos, como el BAFICI: todos están atravesados por la misma intolerancia. Si tenemos eso en cuenta y dejamos para otro momento la discusión sobre por qué este es, por desgracia, el cine del presente -y muy probablemente del futuro-, podremos dedicar la energía suficiente y necesaria al objeto particular que es Rápidos y furiosos 7.

Las decepciones que integran a Rápidos y furiosos 7 pasan, lógicamente, por los nuevos elementos que la integran y que podían cambiar aunque sea mínimamente la ecuación, empezando por el elenco. De Djimon Hounsou, Nathalie Emmanuel y Ronda Rousey, que hacen lo que saben en su justa medida, no se podía esperar mucho más. Pero un genio de las artes marciales como el tailandés Tony Jaa, que ha sabido construirse una enorme carrera en Oriente y que puede ser visto como un heredero de la mejor tradición construida por Jackie Chan y Jet Li, merecía un rol más acorde, que explotara sus habilidades al máximo, y no el papel pequeño e intranscendente que le toca, donde está lejos de poder desplegar las múltiples habilidades que posee, como le pasó a Joe Taslim en Rápidos y furiosos 6. Ni hablar de Jason Statham, probablemente el mejor actor de acción que ha dado Hollywood en el nuevo milenio y que sin embargo sigue sin encontrar la gran película que lo consagre: acá, el villano que interpreta, Deckard Shaw, ni siquiera tiene la estatura profesional de su hermano (el villano de la sexta parte), y su supuesta sed de venganza no termina de quedar delineada con la suficiente fuerza, disuelta en el medio de toda una trama alrededor de un dispositivo para ubicar blancos que es buscado tanto por una organización terrorista como por el gobierno estadounidense. El único que sale bien parado es Kurt Russell, básicamente porque su personaje le requiere poco esfuerzo: apenas su carisma, que el legendario actor despliega con una soltura apabullante.

Pero la decepción mayor es su director, James Wan, un realizador que le había dado un nuevo impulso al cine de terror con la seguidilla de La noche del demonio, El conjuro y La noche del demonio 2, y que en Sentencia de muerte había insinuado una enorme habilidad para trabajar la acción a través de los planos secuencia. De ahí que se pudiera esperar una mayor elegancia y aprovechamiento del espacio en las secuencias de alto impacto, sin por eso resignar fisicidad. Pero no, se ve muy poco del cine de Wan, ahogado por el gigantismo de la propuesta, repleta de subtramas, personajes que aparecen y desaparecen, diálogos que siguen bajando línea sobre la amistad y la familia con un trazo grueso realmente asombroso, y un guión que no es tal, porque en verdad pareciera que Chris Morgan hubiera escrito el film como una mera sucesión de escenas espectaculares, sin pensarlo realmente como un verdadero relato. En consecuencia, el cineasta hace lo que puede, plegándose a un plan de “romper todo” donde las explosiones, persecuciones, peleas, autos lujosos y culos femeninos se van acumulando sin mucha lógica, con lo que se pierde buena parte del objetivo real de la película, que es el noble entretenimiento. Rápidos y furiosos 7 no funciona ni como historia de venganzas ni dentro del esquema del grupo enfrentado a una titánica tarea, similar al de Misión: Imposible (ver por ejemplo la verosimilitud del pasaje en la torre de Burj Khalifa en Misión: Imposible – Protocolo Fantasma en comparación con la arbitrariedad de la secuencia de Abu Dhabi de esta película).

Sin la capacidad suficiente para introducir su mirada, Wan no consigue que esta séptima parte sea muy distinta de las anteriores entregas filmadas por Justin Lin. Lo que queda es el mismo sexismo, machismo y conservadurismo de siempre, vehiculizados a través de la testosterona habitual. Rápidos y furiosos 7 es igual que sus predecesoras y no tiene nada nuevo para ofrecer, excepto una despedida decente para Paul Walker. Ese es su mayor pecado, que también le cabe a Wan, quien nunca pega el volantazo que el film -y sus propios antecedentes- le pedían.