Rápidos y furiosos 7

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

A toda marcha

"Rápidos y furiosos 7" se suma a la saga de acción con aciertos dentro del género. Las escenas con el fallecido actor Paul Walker están incluidas en la trama.

Antes de que los motores de Rápidos y furiosos 7 empezaran a rugir, varios interrogantes daban vuelta: ¿cómo la dirigirá James Wan, un director que viene del terror? ¿Cómo ensamblarán las escenas que no pudo terminar Paul Walker? La presencia de Jason Statham, ¿opacará a Toretto y su banda de dementes trogloditas amantes de los fierros y la velocidad? Estas y muchas cuestiones más sobrevolaban por los pasillos y preocupaban a su público fiel, quien esperaba ansioso su estreno. Para alivio de todos, la séptima entrega pudo sortear con prepotencia cada una de las dificultades que se le presentaron.

La película comienza minutos antes de que Deckard Shaw (Statham) haga la llamada telefónica a Dom Toretto (Diesel), el final de la anterior. La apertura con Shaw caminando a la salida del hospital, mientras la cámara va abriendo el ángulo para mostrar el reguero de gente muerta a su alrededor, funciona como un prólogo que anticipa la violencia.

Después de que Dom recibe la amenaza decide convocar a sus amigos para atrapar a lo que parece ser una impiadosa máquina de matar. Es ahí cuando entra en escena Don Nadie (Kurt Russell), un mafioso que les ofrece ayuda pero sólo si le consiguen un dispositivo de avanzada al que llaman “el ojo de Dios”, una especie de pendrive que permite ver todos los movimientos del enemigo. Para eso necesitan la ayuda de Ramsey (Nathalie Emmanuel), una hacker que sabe dónde se encuentra escondido el pequeño artefacto y a quien deberán rescatar (la llevan prisionera en un camión blindado) para luego poder atrapar a Shaw.

Rápidos y furiosos 7 quizás sea de las películas e la saga la que más vuelve a la primera, la que más presente tiene en su recuerdo el origen de todo: regresan las carreras del desierto y los flashbacks y referencias a cómo se conocieron Brian (Paul Walker) y Mia (Jordana Brewster) son constantes.

James Wan nos ubica rápidamente en el universo simbólico de la saga. La puesta en escena, las actuaciones, los diálogos y su estética de videoclip de Pitbull se ajustan a lo que debe ser este tipo de películas. Y no sólo respeta las reglas del género (con todos sus lugares comunes) sino que se arriesga a dar un poco más.

Las escenas de acción son tan poderosas que hacen la diferencia. La secuencia de la persecución en la montaña es superlativa y el enfrentamiento mano a mano entre Toretto y Shaw es del orden de lo épico. Si bien a los momentos dramáticos se los puede considerar como puntos flojos, también se puede decir que son necesarios para bajarle un cambio a más de dos horas de puro vértigo.

Como si se tratara de un deporte extremo, Rápidos y furiosos 7 es una película de riesgo, en la que sus protagonistas no tienen miedo de arrojarse al vacío en sus autos tuneados. La importancia de la familia, la preservación de los códigos y la venganza son sus temas principales. El final es tan emotivo que deja un nudo marinero en la garganta.

La gran virtud de la saga es que no sólo sabe captar la sensibilidad de un público al que se denomina popular (en su mayoría latino e hispanoparlante) sino que lo entiende y lo hace propio. Aquí el cine incluye al espectador y lo entretiene.