Rancho

Crítica de Silvina Rival - Subjetiva

El debutante Pedro Speroni ofrece una propuesta gigante, aunque no grandilocuente. Rancho es un acercamiento íntimo y cercano a la comunidad de internos de un penal a través de una modalidad documental sigilosa e insistente.

EN 2014 el realizador había producido un pequeño corto de 12 minutos, Peregrinación, en el que la cámara seguía a un grupo de mujeres que, junto con sus hijos, realizaban una larga fila para ingresar a un penal a visitar a sus familiares. El corto no se detenía en una interrogación sobre los crímenes cometidos por sus parejas sino por la motivación de ese ritual, de esa “peregrinación” que se gesta en los perímetros del encierro. En su primer largo, Rancho, la mirada da un giro casi sobre su eje para interpelarnos con otra pregunta: ¿cómo se vive del otro lado de esa frontera?

Con una primera placa de tipografías blancas sobre fondo negro, en la que Speroni transcribe la definición de diccionario de “rancho” y la de la jerga carcelaria, se logran dos objetivos. En principio, guiar al espectador en esa suerte de glosario: rancho aquí no es una “pequeña vivienda hecha de ramas o paja” sino el compañero -de celda o del delito-, el espacio donde se lleva a cabo un robo, pero también “rancho” hace referencia a las provisiones de comida de los internos. De esta manera, resulta fácil interpretar expresiones como “se extraña a la ranchada”. Pero esta placa no tiene un mero sentido informativo –Speroni podría haber titulado y ubicado geográficamente ese penal del que poco sabemos-, sino que asienta algunas variables que expresan tanto la dinámica de vida de los internos de ese pabellón, así como la decisión respecto de cuál es la mejor manera de documentar esa rutina.

El “rancho”, que nunca se identifica como el espacio físico de la cárcel, es el compañero. Es decir, la única forma de concebir un hogar -por más precario que fuera- es en el vínculo con un par. Y esto ya determina no solo el modo de vida diario sino los valores que se juegan en la diaria. Además, esa multiplicidad de definiciones de rancho demarca límites. Todos los encuadres, ángulos elegidos, movimientos o inacciones de la cámara exudan ese subtítulo siempre implícito: ¿cómo filmar la “ranchada” si no soy parte de ella? Speroni ha elegido acertadamente el acercamiento sigiloso y la desaparición total de una voz que pregunta o comenta. La cámara es entrometida en su distancia, pero también respetuosa en las que preguntas que suscita.

El relato no pretende operar como universal de todo penal. He aquí un espacio con internos que opera con una lógica que bien podría ser exclusiva de este pabellón o no, poco importa. Por otro lado, los presos no son homogéneos, en tanto los delitos son de diversa índole, y desde ya no se posicionan como santos inocentes, ni siquiera cuando el espectador pueda cuestionar los motivos por los cuales se ha encarcelado y enjuiciado a algunos de ellos. Tal es el caso particular de uno de los internos que se encuentra detenido por haber cometido un asesinato contra su padrastro (un potencial femicida), a quien sorprende ahorcando a su madre. También está el caso del que pretende salvarse haciendo un último atraco -“quiero dejar de robar robando”. En cualquier caso, los “ranchos” tienen diversos orígenes, pero mismo destino, salvo, tal vez, el caso del boxeador Iván Bilbao, quien se encontraba detenido por venta de drogas pero, según el viejo Artaza, no pertenece a ese lugar.

Y aquí llegamos a la lógica del “pertenecer” del mundo delictivo: no es lo mismo hacer algo contra la ley que ser un delincuente. Tal como lo explica Artaza, un líder del pabellón que se encuentra haciendo una larga condena: “el chorro vive soñando con conseguir todo lo que quiere, siempre quiere más y, a la larga, todos terminamos acá”. Artaza parece describir al delincuente como el portador de una patología. Pero tampoco lo desliga de responsabilidades y no tiene puntos medios para imponer las normas que considera que dicho penal necesita. Así se lo explica a un interno interesado en trabajar en los talleres: “acá no quiero vagos”. En el Pabellón Tratamental hay que mantener la limpieza de las celdas, cumplir con la jornada de los talleres si es que el interno se comprometió a ese trabajo, no molestar a los presos más jóvenes, no consumir drogas ni alcohol y tener un espíritu de compañerismo. ¿Son las reglas que impone los guardias? En lo absoluto. Son las reglas de Artaza y son las que cumplen los internos por respeto a su figura.

Las rutinas diarias y algunos días especiales como los de visita de parientes forman parte del registro de Speroni. La cámara siempre expectante y casi agazapada como si fuera un personaje testigo de ese mundo que mira pero que no le pertenece. Rancho resulta un documental de miradas en donde el espectador encuentra una guía en esa cámara fundida en un espacio hostil pero desbordante de esperanzas y soñadores.

RANCHO
Rancho, Argentina, 2021.
Guion y dirección: Pedro Speroni. Montaje: Miguel Colombo. Dirección de fotografía y cámara: Pedro Speroni. Director de sonido: Jorge Gutiérrez. Productora: El Ojo Silva, 188. Duración: 72 minutos.