Rambo: Last Blood

Crítica de Catalina Dlugi - El portal de Catalina

Silvester Stallone sabe cómo sacarles el jugo a sus personajes y transformarlos en franquicias eternas. Con Rocky estuvo inteligente y se corrió del protagonismo logrando un impacto que parecía perdido a 43 años de su debut. Rambo es otra cosa, pero se las ingenio para mantenerlo durante 37 años y se supone que esta quinta entrega es su despedida. Pero no le puso mucho empeño. Siempre fue extremadamente patriotero, y era capaz de declararle una guerra un país asiático en bloque y salir airoso, con ese perfil  logró hacerse de seguidores fieles. Aquí se dedica a matar mexicanos, que salvo la talentosa Adriana Barraza que esta del bando de los buenos, es decir parte de su familia adoptada en esta ficción elemental, los demás coterráneos son mafiosos, violentos, trafican drogas y humanos, están armados hasta los dientes y se mueven en patotas. Todo muy a tono con las actuales políticas de estado de su país. Lo cierto es que el guión escrito por Matthew Cirulnick y Silvester es precario, elemental, demasiado previsible. Es también evidente que el director Adrian Grunberg se esmeró solo en la larga escena final, como brindar un plato fuerte de acción violenta, lo demás no le importó. Al comienzo se lo ve al protagonista en un rancho, dedicado a la cría de caballos, con su familia del corazón. Esta medicado, recuerda sus enfrentamientos del pasado de la guerra, y mantiene una suerte de mina laberíntica en perfecto estado, que se la presta a sobrina adoptiva para un baile. Pero la chica está empeñada en conocer a su padre biológico, se escapa, cae en una red de trata y ahí va Rambo a buscarla. Lo golpean, lo ayuda una periodista (Paz Vega), revive se venga y vuelve. Pero los malos llegaran para darle una lección y ahí será, en los túneles la batalla final. ¿Alcanza para sus fans? No mucho.