Rambo: Last Blood

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

En el 2008 parecía que John Rambo se retiraba de la acción en lo profundo de la selva de la remota Tailandia. En aquella oportunidad no dejó nada vivo. En esta nueva versión de “Rambo Last Blood”, a pesar de su aparente retirada a su rancho en Arizona para criar caballos y llevar una vida apacible, la violencia lo vuelve a convocar.

El escritor David Morrell, inició la saga de “Rambo” en 1980, tomando un personaje disfuncional veterano de Vietnam, que utiliza sus conocimientos militares para impartir su propia justicia. Sin embargo Morrrell no concibió a Rambo como héroe, sino como alguien que debe afrontar obstáculos y encontrar el modo de sortearlos, pero Stallone lo visualizó de otra forma. Para el actor Rambo es el elemento descartable de un sistema que crea, diseña, educa e instrumentaliza máquinas de matar, para desecharlas cuando ya no les conviene o no les sirve.

Del modo que ve Stallone a Rambo es al revés de todo aquello que signifique ganar. Lo ve como perdedor, cuya victoria está en la derrota, porque su sed de venganza no tiene límites. Aunque Rambo siempre gana, nunca importa. El mundo sigue siendo siniestro, y todo lo horrible se ve como un reflejo de su vida interior. Rambo, no tiene paz y tiene la misma ira asesina que poseen sus enemigos. Todos lo saben, incluido él mismo. Como tal, es un hombre que oscila entre las buenas acciones y la barbarie, entre acariciar un caballo y descuartizar a un enemigo.

En “Rambo Last Blood”, se ve un John Rambo cansado, cargado de pastillas, en un estado físico aparentemente muy bueno, que busca olvidar su pasado y sólo se aferra a los buenos recuerdos, como el de su padre, que ocupaba una mecedora en un rincón del porche de su rancho. A pesar del tiempo continúa trabajando con él la que fuera el ama de llaves de su familia: María Beltrán (Adriana Barraza, actriz mexicana de primera línea en la televisión y cine de su país), junto a su nieta Gabrielle (Yvette Monreal, “Matador” -2014). Rambo cría a la Gabrielle como una hija, mientras continúa con sus caballos y cavando un túnel que no se sabe bien para que, si por no perder la costumbre de haberlo hecho como combatiente o por un eventual tifón como los que asolan en distintas épocas del año a los Estados Unidos.

A punto de entrar en la universidad, Gabrielle desoyendo los pedidos de su abuela y del mismo Rambo, se escapa a México a buscar a su padre. Allí se enfrenta a la realidad por boca de su padre, del porqué del abandono y en su frustración se refugia en su amiga que la vende a unos traficantes de drogas y trata de blancas. Esta banda integrada por los hermanos Martínez, Hugo (Sergio Peris-Mencheta, “Resident Evil Ultratumba”, 2010, “Como la vida misma”, 2018) y Víctor (Oscar Jaenada, “Cantinflas”, 2014, “Manos de Piedra”, 2016), unos villanos que no están dispuestos a soltar cualquier presa.

Cual héroe de Western John Rambo, baja de su caballo para ir a buscar a la imprudente jovencita. Allí se enfrenta a la poderosa organización de los Martínez, cuyos secuaces lo dejan tirado y molido a golpes en la calle. En una trama secundaria la periodista independiente Carmen Delgado (Paz Vega, “Lucía y el sexo”, 2001, “Los amantes pasajeros”, 2013) que sigue los pasos de la terrible banda, lo ayuda.

En esencia“Rambo Last Blood”, es un filme mexicano con un personaje no hispano: John Rambo. Parte del filme se desarrolla en una frontera no identificada de México, y por lo tanto los villanos como la gente decente son de origen hispano. Es que el tema de la frontera de EE.UU con México no sólo es complicado sino que es aterrador. Lo que muestra “Rambo Last Blood”, es la décima parte de lo que ocurre realmente. Tanto Tijuana como Cuidad Juárez, Nogales, Tamaulipas o Matamoros son centros fronterizos que aún no se pueden desarticular desde el gobierno mexicano, porque los capos de mafias son muy poderosos.

Por eso tal vez “Rambo Last Blood”, se haya centrado en el tema de la trata de blancas y la droga como una forma de alertar sobre lo que sucede en la frontera, que a la vez es nido de coyotes que trafican con migrantes y personajes de cualquier calaña que rodean a los mafiosos.

La primera parte del filme dirigido por Adrian Grumberg (“Vacaciones en el infierno”, 2012), con guion de Sylvester Stallone y Matthew Cirulnick, está en tono crepuscular y gira sobre un antihéroe cansado, que solo quiere vivir en paz criando caballos en su rancho de Arizona. Salvando las distancias trata de acercarse a aquel cine fronterizo de “Mr. Majestyk” (Richard Fleischer, 1974), con otro personaje veterano de Vietnam y protagonizada por Charles Bronson, semejante en físico y estilo interpretativo al de Stallone. También recuerda, en cierto sentido, a “Sin perdón” de Clint Eastwood (1992).

La segunda parte del filme muestra todo el poder destructivo de las armas y la inventiva de un hombre que utiliza todo su ingenio para destruir al enemigo que, al igual que él en la primera parte, llega sin conocer el terreno.

En lo que respecta a los aspectos más técnicos, es un buen trabajo, que en algunos planos recupera el tono de western y que funcionan bien acondicionados en las variaciones de la banda sonora de Jerry Goldsmith (la de la película original) y "Five to One" de The Doors. A la vez se alternan planos cortos, con cámara movida con contraluces y tonos cálidos, pero muy oscuros casi al final de la película.

“Rambo Last Blood”, es un filme de acción al mejor estilo Hollywood, pero con ciertos problemas de ritmo, algunos personajes sin definir, y con un desenlace en donde se puso en extremo el centro de la acción. Los minutos finales transcurren en una indescriptible sucesión de trampas mortales, y fuego cruzado, que no son artificiales, hasta que llega el descanso del guerrero en la mecedora de su padre. Los fanáticos de la serie disfrutaran una vez más ver a su héroe resucitar entre los muertos y contemplar en los créditos una compilación de las mejores escenas de las cuatro películas anteriores de John Rambo.