Ralph: el demoledor

Crítica de Vicky Vázquez - Cine & Medios

La dura vida de un videojuego retro

Hay un tema que es incuestionable: los años ´80 han dejado una huella profunda entre quienes los vivieron, especialmente si su infancia o adolescencia transcurrió en esa década. Emisoras de radio, canales de cable, y películas dedicados a revivir esa época se suman permanentemente a esporádicos intentos de la moda por volver a imponer algún aspecto de estilo “ochentoso”.
Esta vez le tocó a los videojuegos. Y no hace falta aclarar que en esta película ya no podemos hablar tan sólo de guiños para los adultos: todos los personajes están dirigidos a ellos, ya que un niño de hoy seguramente conocerá a los juegos de última generación, pero lo cierto es que el protagonista es de la época de los papás.
Apelando entonces al niño en el corazón de cada padre, este filme se sumerge en el mundo de un salón de videojuegos (“Arcade”, término sin traducir por el doblaje), en el que conviven juegos de los clásicos con los más modernos. Con una lógica muy similar a la de "Toy Story" -según la cual los personajes de los videojuegos tienen una vida que comienza en cuanto cierra el salón y no hay niños cerca- la historia nos lleva a la triste vida de Ralph. Él es el “malo” en su jueguito, y está condenado al desprecio y la soledad. Asiste para calmar su angustia a un peculiar grupo de autoayuda, pero cuando se da cuenta de que no lo incluyeron en el festejo de los 30 años del juego, se enoja y se propone ganar una medalla para ser reconocido. Así empezará su paseo por otros juegos, ya que en el suyo no está programado para ganar una, y así conocerá al resto de los personajes de la historia, que también arrastran sus conflictos personales.
Con una trama que presenta varios nudos, y por ello se torna por momentos algo larga, la película entretiene, al mismo tiempo que emite su mensaje de fuerte impronta moralizante: un statu quo imperturbable (ya que el riesgo de cualquier rebeldía implica que ese juego sea desconectado), el “malo” con corazón de algodón de azúcar que puede hacer cosas buenas a pesar de todo, y la niña “diferente”, cuyo defecto es en realidad una virtud.
Así, las grandes novedades del filme pasan por la excelente factura técnica, algunos toques de comedia, y la apelación directa y sin disimulo a la nostalgia de los grandes.