Ralph: el demoledor

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Algo de nostalgia para los treintañeros y entretenimiento genuino para sus hijos

Los choques generacionales tienen muchas formas en la cinematografía y han servido, entre otras cosas, para ayudar a la famosa dicotomía entre pasado y presente, a la que toda generación se enfrenta con la siguiente frase: “todo tiempo pasado fue mejor”. Claro, cuando uno protagonizó el pasado y vive el presente, el contraste funciona mejor. Lo demás es leyenda.

“Ralph el demoledor” está levemente teñida de esta impronta, y además toma la posta que dejó “Shrek” (2001) al reunir a varios personajes conocidos (o reconocibles por todos) y construir un mundo en el que giran alrededor de un protagonista. En este caso se abordó el mundo de los videojuegos de hace treinta años, con los de mayor tecnología. Un golazo de media cancha con la marca registrada de John Lasseter, ahora como cabeza creativa de toda la Disney animada, incluyendo Pixar.

Todo comienza con una sesión de terapia grupal en la que Ralph nos cuenta que su “trabajo” como villano de un juego en el que debe demoler un edificio ya no lo satisface. Viene haciendo lo mismo desde hace treinta años y no obtiene reconocimiento alguno. Todos los laureles se los lleva Sam, el héroe que con un martillo mágico arregla todo lo que se rompe, para luego llevarse la medalla heroica.

En esta terapia participan todos los de su misma condición. Desde un zombie al fantasmita del Pac Man.

Básicamente Ralph no quiere renunciar a su rutina, sino que se lo reconozca como parte necesaria y fundamental del juego.

Una de las cosas más interesantes que plantea el talentosísimo Rich Moore (director de las mejores temporadas de Los Simpsons) son los lugares en donde transcurre la acción desdoblando el espacio-tiempo. Por un lado, está el local de videojuegos donde están todas estas máquinas. Por el otro, el detrás de la pantalla. El lugar virtual en donde todos los personajes cobran vida cuando todos los chicos se fueron y el local cierra.

A esto le podemos agregar una mirada contundente sobre las modas y los olvidos, pues el miedo mayor de todos es que los chicos jueguen pocas fichas y queden apagados para siempre.

Para aquellos de 30 años para arriba hay lugar para la nostalgia con la aparición de aquellos jueguitos que tantas fichas costaron hasta “ganarles” (hasta hay un cameo del Atari), y para los más chicos un entretenimiento asegurado con el vértigo y humor a los que ya estamos exigentemente acostumbrados. Uno de los tanques del año.