Rafa, su papá y yo

Crítica de Marcelo Cafferata - Lúdico y memorioso

Dentro de la producción de documentales, aparece, casi como una especie de subgénero en sí mismo, el de la historia familiar reconstruida por el propio director: a partir de recuerdos, fotografías, filmaciones caseras y otros elementos, construyen un relato enmarcado dentro del entorno familiar.

Muchos de ellos no hacen más que una básica exploración sobre su historia personal –una catarsis íntima sobre situaciones sucedidas-, sin que ello signifique que puedan encontrar un material verdaderamente rico para una construcción cinematográfica: no cualquier historia sobre el entramado familiar puede dar lugar a un tema que trascienda el mero relato y refleje una temática más totalizadora.

En “RAFA, SU PAPA y YO” Sebastián Muro, recorre justamente ese camino, yendo de lo particular a lo general. Inicia el recorrido con una experiencia totalmente personal, filmando a su padre para un trabajo práctico que debía presentar en la Facultad, y a partir de allí aparecen diferentes temas que se van entramando con la historia familiar y que sirven de vehículo para explorar las posibles construcciones de la figura paterna, que inclusive se repite, casi calcado, a través de las generaciones.

Cuando Sebastián era niño, su padre estuvo casi una década completamente alejado de él trabajando dentro de la organización de eventos y el área de entretenimientos en un resort en el exterior, del que no regresó por voluntad propia sino por un conflicto laboral que causó su despido y lo trajo nuevamente a Buenos Aires.

Como dice el refrán popular “el zorro pierde el pelo pero no las mañas” y Rafa sigue teniendo, a pesar de haber pasado muchos años, ese perfil de dandy, de un seductor bon vivant que sigue desplegando su encanto frente a la cámara para contar abiertamente anécdotas de su vida, aventuras y relatos de juventud con lo que Sebastián va enhebrando sutilmente otro relato.

Un relato de abandono que como un juego de espejos, es también el abandono que ha sufrido Rafa con su propio padre, quien en un momento dado, emigra al exterior con su nueva esposa y pierde total contacto con sus hijos y del que sólo tendrán información a través de un libro de memorias que publica con su nueva pareja, señalándolos incluso angustiosamente como sus “errores anteriores”.

Así como el abuelo del director inició en un momento una nueva vida, también vemos que en el presente, Rafa también ha tenido una segunda oportunidad, con un nuevo matrimonio y sus hijas (hermanas del director) en donde también se lo muestra con un estilo de paternidad diferente, mucho más presente y conectado con ellas, con un vínculo más protector y amoroso.

Si bien en algún momento Rafa se propuso fehacientemente no ser como su padre sino “ser un buen padre” (sic), Sebastián Muro toma este punto para poder preguntarse sobre el hecho de qué es ser un buen padre y asimismo poder hablar sobre los diversas formas de paternidad (por momentos Rafa sigue intentando romper el hielo con una mirada cómplice y cargada de lo sexual para vincularse con su hijo, mientras que con sus hijas parece ser un padre diferente), las marcas del abandono, el amor y el desamor y los rastros que dejan las intermitencias entre presencia y ausencia, y como ha impactado todo esto en el rol de las mujeres de la familia, quienes han quedado marcadas por la “desaparición” y por el hecho de tener que cumplir con su rol de madres a solas.

“RAFA, SU PADRE y YO” termina recorriendo el camino propuesto, para dar testimonio de las heridas por las ausencias, de ese tiempo pasado que es imposible de recuperar, del intento de no repetir esos patrones dolorosos que han quedado instalados en el seno familiar, de poder sacar lo silenciado a la luz y de seguir en la búsqueda de esas instancias de reencuentro, para sanar las heridas del pasado, en caso que todo esto fuese posible.