Quiero matar a mi jefe

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

TRES PERSONAJES EN BUSCA DE UN AUTOR

Tres hombres viven situaciones laborales hostiles. Esa premisa puede aparecérsenos de maneras tan diversas como directores de cine hay en el mundo. Seth Gordon, en este caso, propone un prólogo de nuestros tres personajes que anima por el timing de las secuencias que introducen a cada uno de ellos con sus respectivos jefes. Uno de los elementos fundamentales en la comedia es este manejo del tiempo y de todos los elementos (originalmente esto estaba reservado a las peripecias y padecimientos de los personajes, si se trata del cine, sabemos que la puesta en escena incluye a los actores dentro del universo propio de cada película) que corresponden a esa duración que generalmente estalla en una situación para generar la risa o un sentimiento de diversión en el espectador. Nuestro director se muestra ágil con el tempo en el que ejecuta su pieza. Consigue escenas que, aisladas, podrían resultar eficaces sketches de un programa televisivo al estilo de Saturday Night Live. Entonces el problema en Quiero matar a mi jefe (2011) pareciera ser la unidad, la congruencia de lo que hace que la puesta en escena de una unidad narrativa mínima (plano, escena, secuencia) se corresponda con la puesta en escena total de la película como unidad mayor.
Anteriormente habíamos referido que en sus inicios, allá en Grecia (donde surgió casi todo), la comedia, se centraba en el pathos y en las peripecias de sus personajes -siempre gobernadas por esas sensaciones, padecimientos, impulsos que conforman su pathos. Arribamos a la cuestión, que previamente creímos en la unidad: el pathos de los personajes y sus derivadas peripecias. Una escena sirve como metáfora: decididos a matar a sus respectivos jefes, Kurt (Jason Sudeikis), Nick (Jason Bateman) y Dale (Charlie Day) intentan salir de un estacionamiento. Encaminados a emprender sus encomiendas, los tres intentan sacar sus respectivos autos. Vistos desde una altura considerable, en un plano general, los tres autos avanzan hacia el centro, parecen chocar, se detienen, maniobran para los costados, vuelven a encerrarse, retroceden, cambian de dirección y los tres se topan nuevamente impidiéndose el paso, finalmente encuentran la manera de salir del estacionamiento y cada uno parte donde su víctima. Esta situación de encontronazo refleja el aspecto negativo de la película evidenciado en la falta de decisión de los personajes. Ese pathos no está llevado (por su creador) hasta las últimas consecuencias. La imagen de “en este momento me gustaría saltar sobre aquel que me está oprimiendo” no se consuma nunca, se diluye hasta volverse hazaña de otros. Ése es nuestro reclamo, de personajes que vayan a fondo con sus decisiones y que los realizadores los acompañen hasta llevarlas a cabo sea en una comedia o en un thriller. Seguramente que en la comedia es pertinente que todo se complique, que todos trastabillen, pero que esas dificultades y topetazos surjan porque los personajes siguen movidos por ese impulso que los encaminó, no porque chocan entre ellos de manera torpe, anómica (como la escena del estacionamiento) y su derrotero de gags personales. Para equipararla con otras películas de similares condiciones Quiero matar a mi jefe (2011) y las dos entregas de ¿Qué pasó ayer? (2009) (2011) sufren los pathos de sus personajes: seres que no pueden lidiar con un deseo.