Quiero matar a mi jefe

Crítica de Cecilia Martinez - A Sala Llena

De cómo conocí a Jason Bateman, de las series y otras cosas más

Justamente en este último número de El Amante publicaron un especial sobre series. No me gustan las series; me suelen parecer bobas y, básicamente, me aburren. No se si tiene que ver con el trastorno de ansiedad que sufre Leonardo D’Espósito, aunque sí lo sufro pero no es esa la causa de mi no gusto por las series. Me gustan las películas, lisa y llanamente. Me gusta ver algo que empieza y termina en el lapso de, digamos, máximo 3 horas. Me meto en la historia, me compenetro hasta le médula y salgo de ella para volver a mi realidad. La serie continúa y eso me da paja. Amen de que no me suelen interesar las tramas. ¿Y todo esto viene a colación de qué?

No voy a negar que algún que otro capítulo de alguna que otra serie he mirado, solo para corroborar que no me gustan, pero no me desagradó del todo lo que vi (Carnivale, Epitafios). Pero hubo una serie a la que le dediqué un poquito más de tiempo, a la que pescaba algún sábado al mediodía tirada en la cama viendo qué hacer con mi fin de semana: Arrested Development. ¡Qué locura por favor! Una serie disparatada por donde se la mirara, con personajes disfuncionales, excéntricos, totalmente de la nuca, con un guión aun más delirante y situaciones hermosamente bizarras. En el medio de esa familia y esos conflictos, estaba Michael Bluth (Jason Bateman), el personaje principal, que trataba todo el tiempo de encontrar un equilibrio entre la demencia generalizada de sus padres y sus hermanos y la notable madurez de su hijo George Michael. Y Jason Bateman era eso, un tipo contenido pero al borde de la locura, manipulador pero sensible, por momentos inteligente, por momentos pusilánime.

Y en Horrible Bosses, Bateman es Michael Bluth. Lo vemos al borde del desborde (linda frase) pero nunca se termina de ir al reverendo carajo, está ahí y boya entre perder la cabeza y racionalizar lo que le pasa. Tiene una mirada ligeramente psycho pero nunca le da rienda suelta a su costado más perverso (si bien planea matar a su jefe, nunca se lo ve plenamente convencido de hacerlo). Y no se si esto es un atractivo o un defecto de Bateman, esta dualidad, esta indecisión interpretativa. Quizá sus personajes así lo piden pero me da la sensación de que es su marca registrada. Aun cuando hace chistes, aun cuando aspira medio quilo de cocaína, Bateman está siempre contenido.

En cambio, Charlie Day es otra historia. Day sabe irse al carajo y eso se explota en la película. Charly Day es como Seth Rogen. Es un tipo que hace un gran laburo con la voz (uy, como la tengo con esto últimamente); mucho de su comicidad radica en esto, en la forma y el tono en el que dice lo que dice. Hay mucho laburo corporal también en él, pero su fuerte está en la manera de expresarse. Y con Rogen me pasaba lo mismo. Siempre estuve convencida de que su encanto radicaba más en su voz y su manera de entonar las palabras que en sus capacidades interpretativas o su versatilidad actoral.

Y Jason Sudeikis es una especie de intermedio. Tiene un aire un tanto extraño e indescifrable en la película. Por momentos parece gay y por momentos es un tipo desaforadamente sexuado y el más heterosexual de todos. Pero no convence y se desdibuja bastante al lado de Bateman y Day.

Nota aparte, ya que no puedo usar tanto paréntesis: tener a Jamie Foxx, que es uno de los African-Americans más calientes del cine (aquí vuelvo a hacer una nota mental de mi reverenciada Miami Vice para deleite de mi colega Jose Luis) y a quien admiro profundamente (esto es de perogrullo porque ¿quién no admira a Jamie Foxx?), en un papel como el de Mother Fucker Jones, es raro. Por un lado aporta cierta cuota de humor e imprevisibilidad a la historia y, por otro, está muy desperdiciado y se pierde bastante en el conjunto. No puedo evitar pensar: “¡si lo tenes ahí, usalo un poco más!”

A nivel humorístico la película funciona intermitentemente. Funciona gracias a los detalles, en las conversaciones entre los tres amigos (por ejemplo cuando hablan de quién es mas “violable” en el caso de que fueran a la cárcel; o el chiste sobre “mostrarle los 50 estados” a una mina a la que Kurt le quiere dar -que, a partir de esta película, eso es un chiste-; o cuando hablan sobre cómo a Kurt le gusta meterse cosas en el culo, y la insistencia sobre eso). Pero no funciona en cuanto a la construcción del guión, en cuanto a la historia en sí. Lo que arranca como una trama de espionaje y estrategia para aniquilar a 3 jefes termina siendo un sinfín de situaciones ridículas que se resuelven de manera absurda y poco creíble.

Y si de ridiculez hablamos, los 3 jefes son el arquetipo de la ridiculez, una hipérbole de aquellas características que personifican. Son lo obvio, lo axiomático, lo más redundante de todo el film. Se puede hacer humor sin necesidad de ser grotesco y en eso falla la película, en el hecho de que los tres jefes rayan lo ridículo e inverosímil al ser tan excesivos.

La sexópata de Jennifer Aniston (leí en una critica alguien que decía que Jennifer no resultaba creíble; para mí es creíble pero le falta contexto para terminar de serlo; no tenemos idea -y parece bastante ridículo- que semejante mina quiera entrarle a todos los tipos que se le cruzan, más allá de que sea sexópata) se come todos los alimentos fálicos habidos y por haber, entre otras tantas cosas.

El hijo de puta insensible de Kevin Spacey (claro, tiene una esposa que se parte y que le mete los cuernos, por eso es un psicópata que detenta toda la autoridad posible en el ámbito laboral porque en su vida es un loser) no dejó que Nick fuera al funeral de su abuela y le llama la atención por llegar dos minutos tarde.

La basura discriminadora de Colin Farrell (casi irreconocible, con la lamida de vaca más inmunda jamás vista, absolutamente over the top) quiere echar a la gorda (que es gorda, no está embarazada) y al que está en silla de ruedas porque le da impresión incluso mirarlos.

Todo llevado al extremísimo extremo. Algunos buenos actores un poco desperdiciados, personajes obvios y situaciones inútilmente disparatadas hacen que la película no funcione tanto como podría haber funcionado. No hace falta tener estos jefes para fantasear con matarlos (e incluso llevarlo a cabo). Si no solo basta con preguntarle a esta fiel servidora.