Quiero bailar con alguien

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Una biopic sobre una cantante cuya carrera tuvo un ascenso igual de veloz que su caída. La descripción podría corresponder a cualquiera de las producciones realizadas en los últimos años que indagan en el contraste entre una vida pública exitosa y una privada que se cae a pedazos, todo matizado por una buena cantidad de hits. Y así ocurre con Quiero bailar con alguien: La historia de Whitney Houston, que recorre la vida y obra de la artista fallecida en 2012 de manera automática, abrazando todos y cada uno de los lugares comunes del género.

Las buenas biopics son aquellas que “se parecen” a sus protagonistas. Como Rocketman, por ejemplo, que replicaba el estilo y la estética de Elton John para un viaje por momentos pop, por otros alucinado. La película de Kasi Lemmons, en cambio, se limita a recorrer la vida de Houston desde sus experiencias bautismales como cantante en la iglesia a la que asistía con su familia hasta su desenlace fatal.

En el medio están, como es de esperar, los momentos más trascedentes de su carrera (su primer contrato, el crescendo de su fama, los shows multitudinarios, los premios, la invitación a cantar el himno en el Superbowl, su rol estelar en El guardaespaldas) y de su vida personal (la relación tensa con su padre, el amor trunco con su mejor amiga, la búsqueda de una familia “normal”, el abuso de drogas).

Que el guionista sea Anthony McCarten, el mismo de Bohemian Rhapsody: La historia de Freddie Mercury, explica la falta de pasión con que se narra el derrotero de Houston, así como también su apego a la “historia oficial” (se suma que una de las productoras es Pat Houston, cuñada y manager de Whitney) y una mecánica narrativa que durante casi dos horas y media pendula entre las bambalinas y la recreación de shows que la actriz Naomi Ackie interpreta a pura mímesis.

Pero el que se lleva los aplausos es Stanley Tucci como el productor y empresario musical Clive Davis. Si el elenco tiende a gesticular y exhibir las emociones a flor de piel, lo de Tucci es, como siempre, sobriamente extraordinario. Ver sino la escena donde, con tan solo un movimiento de hombros y una sonrisa leve, asume su identidad sexual ante una protagonista que para ese momento ya había derramado litros de lágrimas.