Quiero bailar con alguien

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Quiero bailar con alguien": las vueltas de la vida

Largometraje biográfico de manual, autorizado por los herederos familiares y discográficos de la cantante Whitney Houston, Quiero bailar con alguien se suma a la extensa lista de grandes íconos musicales cuyas vidas han sido llevadas a la pantalla durante las últimas décadas. La afirmación puede reescribirse de la siguiente manera: la película de Kasi Lemmons (Harriet, Eve’s Bayou) es una sucesión de viñetas que delinean el ascenso, caída, regreso y muerte de The Voice (La voz), como la definió la prensa al escuchar su maleable rango vocal. Hija, prima y ahijada profesional de tres grandes cantantes en el mundo del r&b, el soul y más allá –Cissy Houston, Dionne Warwick y Aretha Franklin, respectivamente–, la futura estrella fue nutrida musicalmente por su propia madre hasta que llegó el momento ideal para lanzar su carrera. Al menos eso es lo que da a entender el film, que las encuentra ensayando una pieza de gospel en una iglesia, la veterana enseñando que “se canta con la cabeza, el corazón y las tripas”, leitmotiv visual que se repetirá varias veces con el correr de las dos horas y media de metraje.

Gran parte de los temas que recorren la biografía están presentes en esos primeros minutos: la relación tensa pero cariñosa entre madre e hija, el coqueteo con las drogas, todavía dentro de los límites de lo recreativo, el deseo de jugar más allá de las reglas con su instrumento musical, las cuerdas vocales. La película blanquea la relación sentimental de Houston (mimética Naomi Ackie) con su amiga Robyn Crawford, quien estaría a su lado –por lo general entre las sombras– durante toda casi toda la vida, más allá de casamientos y maternidades formales. Y así llega la escena del “descubrimiento”, representado gracias a un clásico recurso dramático de guion. A mediados de los 80 Cissy, todavía activa como cantante, simula un problema vocal y deja que sea su hija quien abra el recital en el un club nocturno, a sabiendas que escondido entre el público está presente Clive Davis (el siempre cumplidor Stanley Tucci), poderoso productor musical y fundador de Arista Records. De ahí al primer single y el batacazo del segundo álbum hay un par de pasos. Whitney se transforma en la primera artista afroamericana en ir mucho más lejos del simple crossover entre la audiencia negra y la blanca.

A partir de ese momento, el guion de Anthony McCarten –autor de otra biopic reciente de características similares, Bohemian Rhapsody– apretuja instancias altas y bajas de su carrera y vida personal. Enamoramientos, separaciones, giras, enfrentamientos (el vínculo con el padre, conflictivo y eventualmente virado a lo judicial, tiene una presencia importante), su paso por el cine a partir de El guardaespaldas y el comienzo del declive. Y las drogas, desde luego, que el montaje ATP deja siempre fuera de cuadro. Pura sumatoria de momentos, pegoteados cronológicamente sin mucha lógica dramática, de cine poco y nada. Si el gran legado de la Houston es la música (Ackie mueve los labios a la perfección mientras la pista de sonido deja escuchar la voz original de la cantante) mejor volver a escuchar los discos.