Que lo pague la noche

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

Con un buen pulso cinematográfico y un gran manejo de actores no profesionales, el debutante Néstor Mazzini no logra de todas maneras encausar una película que se filmó hace casi diez años, que sufrió varios retoques de posproducción y recién ahora puede darse a conocer comercialmente. Que lo pague la noche cuenta con un atrayente marco real, los peculiares monobloks del barrio Lugano 1 Y 2, a su vez también recreados digitalmente en la
sugerente presentación de títulos. Es otro los logros de este –corto- largometraje, pero en lo que hace a su trama con toques de thriller, el andamiaje fílmico se resiente al no lograr remontar una serie de confusas y forzadas vueltas de tuerca.

Ambientada durante la crisis política de diciembre del 2001, el film, que hace alguna mención visual y narrativa de estos hechos, refleja climas de tensión, tras lo que sucede en una rústica boda que se lleva a cabo en una plaza de Villa lugano. Rodeados por ese paisaje de edificios, ese particular festejo va desenmadejando una extraña y sórdida trama entre oscuros personajes. Las alternativas van tomando un cariz algo ensoñado, donde no se sabe a ciencia cierta qué es lo que está sucediendo. Mazzini acierta en la caracterización de los personajes, pero no se decide entre una trama realista de
acción o un drama psicológico surrealista, y se queda a mitad de camino.