Que 'la cosa' funcione

Crítica de Juliana Rodriguez - La Voz del Interior

Más neurótico que nunca

Esta podría ser una nueva-vieja película de Woody Allen, en dos sentidos. Primero, porque se trata de un guión escrito en 1977, pensado para otro actor (Zero Mostel), que Allen decidió rodar 30 años más tarde; segundo, porque estamos viendo en cine este filme dos años después de su lanzamiento (la peor de las estrategias si las distribuidoras quieren pelearle el terreno a la piratería).

Que la cosa funcione es la traducción fallida del título original (Whatever works), no sólo por la falta de literalidad, sino por que altera el sentido. "Lo que sea que funcione" resultaría más apropiado para traducir la frase que guía la filosofía de vida del protagonista, Boris Yellnikoff.

Boris es un científico, un "casi" premio Nobel, un nihilista convencido de que la ignorancia de la humanidad no tiene remedio, huraño, altanero y cascarrabias. En esa piel está Larry David, quizá el mejor alter ego de Allen hasta ahora. Porque si había alguien más neoyorquino, judío y neurótico que Allen, es él. Larry David (el cerebro detrás de Seinfeld) quizá no sea un gran actor, pero en este registro de un neurótico malhumorado y egoísta (el mismo que interpreta en la serie Curb your enthusiasm) logra visos de genialidad.

Boris, justamente, en cuyas palabras recaen dos monólogos que funcionan como prólogo y epílogo del filme, conoce a una mujer, más joven, ingenua y con bastante menos luces que él (una fija de Allen) con la que termina casándose. El encuentro estre estos dos personajes, el regreso al universo neoyorquino y la intransigencia de este Boris obsesivo-compulsivo, son los mejores aciertos del filme.

Pero la cosa deja de funcionar tan bien cuando el guión se diluye en las historias de enredos que protagonizan el resto de los personajes y Boris queda abandonado por la trama. No falta mérito en los secundarios (hay buenos trabajos de Patricia Clarkson y Ed Begley Jr, los padres de la joven), pero sus roles parecen limitarse sólo a marcar las antinomias entre la clase media, académica y progresista de NY frente a la conservadora, religiosa y provinciana del interior.