Que 'la cosa' funcione

Crítica de Fernando López - La Nación

Allen vuelve a Manhattan y a sus obsesiones, pero en tono optimista

De vuelta en casa. Después de cinco años, Woody Allen regresa a Manhattan, a sus obsesiones y a su humor inconfundible; a su mundo personal, en fin. No trae demasiadas novedades, pero hay otra frescura en su mirada, algo del tono armonioso y amable de sus viejas comedias y un soplo de optimismo en el espíritu: concluye que si la vida es como es, si el azar cuenta de manera tan decisiva en ella, el secreto está en disfrutar de cualquier amor que pueda entregarse o recibirse, cualquier felicidad, cualquier instante de gracia? siempre que funcione.

Este retorno al modelo de comedia de otros tiempos tiene su explicación: Whatever Works proviene de un guión que Woody había escrito en los setenta para Zero Mostel, fallecido en 1977. Ahora, el papel de Boris Yellnicoff, el físico misántropo, gruñón, obsesivo, pedante, pesimista y aprehensivo que estuvo a punto de ganar el premio Nobel (según dice) y se gana la vida enseñándoles ajedrez a sus maltratados alumnitos, le fue confiado a Larry David, figura emblemática del humor judío en Nueva York. La elección puede haber sido acertada dada la minuciosa composición que David hace de este nuevo álter ego de Woody Allen (alejada de cualquier imitación), si bien tanta convicción en la pintura del personaje puede producir, por lo menos en la primera parte del film, más rechazo que gracia.

Es él quien abre el relato en plena reunión de amigos y en seguida derrumba la cuarta pared para dirigirse al espectador, con lo que prueba que es -como suele decir- "el único que ve el cuadro entero". El autodenominado genio ha fracasado en su matrimonio (y en el ulterior) intento de suicidio, pero un día se cruza en su camino una chica ingenua e ignorante recién llegada de Mississippi (Evan Rachel Wood, encantadora y buena comediante) y le pide un bocado y un refugio. Contra lo que podría suponerse, consigue, de a poco, bastante más: que el hombre se convierta en su profesor Higgins y que la admiración que le despierta por su sabiduría (ella incorpora todas sus enseñanzas, aunque mantiene su fe en el mundo), se transforme en afecto. En el cine de Allen abundan los amores entre hombres maduros y jovencitas.

Pero cuando todo empieza a volverse reiterativo y las sentencias (a veces muy graciosas) del protagonista amenazan con apoderarse de todos los diálogos y estancar la acción, irrumpen en escena los padres (divorciados) de la muchacha, a quienes el aire permisivo de Manhattan parece impulsar a despojarse de caretas, asumir sus verdaderas personalidades y adoptar bruscos cambios. Con ellos (con Patricia Clarkson y Ed Begley Jr.), el film se vuelve farsesco y gana en vitalidad y diversión. Todo el elenco se contagia, y como otras veces Woody se da el gusto de premiar a sus personajes manipulando un poco los designios del azar.

No será su mejor comedia ni hará cambiar de idea a quienes están anunciando desde hace años su decadencia. Pero se sale del cine con una sonrisa.