Que 'la cosa' funcione

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

La felicidad es individual

Dentro de la carrera reciente de Woody Allen Que la Cosa Funcione (Whatever Works, 2009) se destaca por reunir dos características que pueden ser consideradas tanto centrales como nimias según las inquietudes del observador: por un lado hablamos del regreso del cineasta a su amada New York luego del periplo europeo de Match Point (2005), Scoop (2006), El Sueño de Cassandra (Cassandra´s Dream, 2007) y Vicky Cristina Barcelona (2008); por el otro debemos señalar que la propuesta está basada en un guión escrito originalmente en la década del ´70 para Zero Mostel y abandonado después de su muerte.

A todos estos avatares hay que sumar el hecho de que en Argentina Conocerás al Hombre de tus Sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010) se estrenó primero cuando en realidad es un proyecto posterior en orden cronológico. La explicación de la demora se amalgama con los rasgos subrayados y fundamentalmente pasa por la ausencia de estrellas hollywoodenses de peso y por ser el film menos interesante del pasado lustro, dicho esto por supuesto teniendo en cuenta el siempre altísimo nivel de calidad del director. Hoy estamos frente a una comedia romántica existencialista marcada por un tono muy lúdico.

En esta oportunidad la trama hace eje en la singular relación de Boris Yellnikoff (Larry David), un misántropo y ególatra que estuvo a punto de ser nominado al Premio Nobel por sus trabajos en física cuántica, y Melodie St. Ann Celestine (Evan Rachel Wood), una tierna e inexperta joven de Mississippi que se desvela por establecerse en la Gran Manzana. Mientras que él está divorciado, posee un grupo reducido de amigos que lo soportan y sobrevive dando clases de ajedrez a niños, ella comienza pidiéndole alojamiento, pronto consigue empleo paseando perros y eventualmente se convierte en su encantadora esposa.

Desde ya que la crisis no tarda en llegar de la mano de la inclinación de Boris hacia el nihilismo y las visitas imprevistas de los padres de Melodie, Marietta (Patricia Clarkson) y John (Ed Begley Jr.). Valiéndose de sus clásicas interpelaciones a cámara símil Dos Extraños Amantes (Annie Hall, 1977) y reflotando algunos elementos de Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), en especial las disquisiciones alrededor de la condición de “genio” y la presencia de un personaje femenino transparente, Allen construye un relato agridulce protagonizado por un álter ego malhumorado que “disfruta” de sus compulsiones.

Si bien la puesta en escena es deliberadamente artificial y las vueltas de tuerca cargan con una ironía prototípica, la película avanza un tanto en piloto automático y en general se asemeja a una obra teatral, perfecta en su concepción pero con pocas sorpresas para ofrecer a los fanáticos históricos del neoyorquino. Una vez más la maravillosa dirección de actores y la inteligencia de los diálogos deslumbran en un paneo por la irracionalidad del corazón, la influencia del azar, el principio de entropía, el eterno fantasma de la muerte y esa certeza de que la felicidad es individual debido a que nuestra especie está condenada a la extinción.