¿Qué invadimos ahora?

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Michael Moore planta sus banderas y vale la pena verlo
El documentalista pone voz y voto a un ensayo sobre las ideas de bienestar que su país abandonó hace tiempo, contra toda felicidad posible.

"Mandenme a mí", cuenta Michael Moore que sugirió al Pentágono de su país, el más poderoso del mundo. Y allá va el documentalista, a plantar banderas en cada lugar que visita en busca de ideas.

Formulada como un ensayo que reconstruye la tesis mientras Moore camina, habla y entrevista, la película ¿Qué invadimos ahora? pone en jaque el sistema estadounidense en su conjunto, interpelado a partir de las ideas que el director toma y enuncia.

Moore expone una falsa inocencia cuando se muestra sorprendido por las conquistas laborales que los italianos, los primeros en aportar su experiencia como ciudadanos felices, describen. Vacaciones pagas y 36 horas de trabajo semanal aparecen como algunas de las ventajas de ese paraíso que Moore va construyendo durante dos horas de película.El procedimiento resulta interesante, entretenido, mantiene buen ritmo narrativo y hace foco en la palabra dicha de manera responsable por los testigos de cambios sociales saludables para el sistema democrático.

La película funciona como un excelente instrumento de debate, desde la perspectiva de un ciudadano estadounidense que se siente incómodo con el fracaso del sueño americano y sus consecuencias.

Se escuchan palabras muy duras en torno a la identidad forjada a partir de la competencia, la acumulación y el éxito a cualquier precio. Moore aborda muchos temas, repartidos en los países visitados donde dan testimonios personas de las distintas áreas de interés.

En Francia aborda el tema de la comida saludable en escuelas públicas y los impuestos. Sigue con el sistema educativo finlandés; la universidad gratuita en Eslovenia; la calidad de vida de los alemanes y el valor de las políticas sobre la memoria, el Holocausto y las reparaciones históricas; la despenalización de las drogas en Portugal; el modelo del sistema carcelario noruego; las políticas de salud reproductivas y aborto en Túnez; el caso de los banqueros presos y la tradición de las mujeres en los puestos de decisión en Islandia.

Moore intercala imágenes de archivo sobre las luchas estadounidenses y las conquistas tardías con respecto a los derechos de los negros, al tiempo que muestra golpizas, actuales, a cargo de los policías contra la población más vulnerable.

Moore rinde homenaje a las mujeres (vía Islandia) y aporta su fina ironía y un texto que hasta podría leerse con interés, para denunciar por qué en su país, Estados Unidos, es tan difícil ser feliz. Una y otra vez el director repite que las ideas que lo deslumbran fronteras afuera nacieron en su país. Señala, como contrapartida, el resurgimiento de la esclavitud en Estados Unidos, el abandono de los ciudadanos por la falta de asistencia en salud y educación, la apuesta por los banqueros, la violencia institucional. A partir del juego de palabras del título, el director profundiza su postura política con el cine como herramienta poderosa.