Punto de quiebre

Crítica de Ernesto Gerez - A Sala Llena

Con el paso del tiempo la Point Break original se transformó en una película querida por muchos, además de una referencia ineludible de los heist films americanos, un subgénero hermoso que tiene en sus filas a la inoxidable y callejera La Fuga (The Getaway, 1972) de Sam Peckinpah. Por desgracia para todos, la Point Break de Bigelow (también directora de la menos recordada pero muy superior Near Dark) tiene muchos más adeptos que aquella exquisita fuga mugrosa guionada por Walter Hill y protagonizada por Steve McQueen. Unos años después del estreno de la Punto Límite original, Michael Mann sumó al subgénero favorito del hampa su obra maestra Fuego contra Fuego (Heat, 1995), una película que a diferencia de La Fuga ya sufría el cambio de código y época hollywoodense pero que no perdía el espíritu libre y adulto de aquella y de buena parte del Hollywood de los 70. Por el contrario, la película de Bigelow encajaba a la perfección en el cambio de paradigma estético-ideológico del poder dominante de Los Ángeles, y también sumaba una nueva puesta en escena de sus obsesiones; recordemos que ya en Blue Steel, su anterior película, la protagonista era una mujer policía, toda una declaración de (sus) principios y el comienzo de su fascinación por las fuerzas de seguridad. De todos modos, más allá de su obsesión por los defensores del statu quo, en Point Break trataba de generar algo de ambigüedad en su maniqueísmo institucional; no por nada la estrella de la película no era el madera de Keanu Reeves sino Patrick Swayze, seguramente responsable del corte de tickets en el momento de su estreno. El rubio, némesis del agente Utah (Reeves), representaba a un surfista new age que choreaba para bancar su vida de playa.

En definitiva, la vieja Point Break, más allá de su potencia narrativa, es una película menor sobrevalorada por el poder de la nostalgia; está lejísimo de grandes películas de robos como las mencionadas más arriba y más cercana a sus hijos blockbusters de la factoría Rápido y Furioso. En la remake, producto de un Hollywood que continúa involucionando década tras década, se invierten los roles y el rubio dorado ahora es el muchacho bonachón agente del FBI que tratará de atrapar a un Robin Hood adepto no sólo al surf sino a todos los deportes extremos, y que por desgracia está más cerca de un activista de Greenpeace que del ladrón de bancos de la original. Al cambio de rubio por morocho se le suma este costado humanista y ya no sólo hedonista del malvado de turno. Seguramente porque los realizadores/productores ya no querían que el bueno de la historia sintiera empatía por un chorro, por lo que le agregaron al personaje de Bodhi un costado filántropo que no hace más que sumar cursilería y banalidad a una película que ya estaba repleta de torpezas; decisión que además corrompe uno de los aciertos de Bigelow y su apuesta por una relación ambigua entre legalidad e ilegalidad. Otra virtud de la ex de Cameron era su pericia narrativa, algo totalmente destrozado en esta versión, donde no hay desarrollo de los personajes y la historia queda a merced de una sucesión de paisajes de postal demodé, con unos nabos con tatuajes feos haciéndose los cool.