Proyecto Géminis

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LOS PELIGROS DE LA CLONACIÓN CINEMATOGRÁFICA

Viendo el tedioso film que es Proyecto Géminis, no podía evitar recordar otras películas fallidas, pero que ya tienen unos cuantos años a cuestas: la premisa remite a ese bodoque con Arnold Schwarzenegger llamado El 6° día y las peleas digitales a las de la saga Blade –solo la del Guillermo del Toro vale la pena-, pero también andan rondando atmósferas propias de Yo, robot o Soy leyenda. Pero en el caso de las dos últimas, no tanto por algunos de sus personajes que son pura invención de los efectos visuales y de capturas de movimientos, sino por la presencia de un Will Smith que, a fuerza de repetir eternamente un paquete limitado de gestualidades, ya es una especie de clon de sí mismo.

Pero el problema no es solo de Smith, sino también de Ang Lee, un realizador que en su momento supo encontrar en las herramientas tecnológicas una vía más para potenciar sus narraciones –por ejemplo, en Una aventura extraordinaria, Hulk o El tigre y el dragón– pero que desde Billy Lynn´s long halftime walk parece no encontrar el rumbo, como si lo tecnológico se estuviera devorando su cine. En este film, centrado en un experto asesino a sueldo que se ve perseguido por un clon más joven de sí mismo, nunca hay un asomo de su personalidad capaz de crear imágenes impactantes o personajes con cierta carnadura. Apenas un relato sumamente rutinario, al que le cuesta una enormidad plantear su propia premisa y luego se muestra incapaz de generar sorpresas.

Esa previsibilidad constante de la que Proyecto Géminis nunca logra salir decanta rápidamente en aburrimiento y el que pretende ser su principal motivo de atracción –ver a ese clon joven de Smith- se convierte en un punto más en contra: esa creación digital es tan irreal, tan palpablemente artificial a pesar de los millones de dólares volcados en la producción, que lleva a que nunca creamos en sus dilemas éticos y morales. Y eso que el film se la pasa enunciando sus conflictos, con unos cuantos parlamentos que nunca salen de lo obvio. Encima, progresivamente, vuelve a surgir una problemática cada vez más constante en las películas de Smith y que la puesta en escena Lee no puede evitar: la negación de la oscuridad, la búsqueda permanente de conclusiones y cierres tranquilizadores que eviten todo dolor o pérdida, aun a costa de que el espectador no conecte en absoluto con lo que se está contando.

De ahí que Proyecto Géminis nunca se desvíe de lo pautado, no arriesgue nunca y jamás exhiba rasgos de ambigüedad que le brinden mayor volumen al choque entre antagonistas, más allá de un par de escenas de acción filmadas a reglamento. Sus resoluciones, apresuradas y torpes, llaman la atención para un proyecto que tardó más de veinte años en concretarse. Y quizás ese tiempo de concreción sea un indicador relevante: Proyecto Géminis, con sus efectos visuales que pretenden funcionar como remiendos de una narración que desperdicia todo su potencial pero que se revelan limitados –principalmente en la escena final, donde pareciera que se acabaron los dólares-, atrasa mínimo un par de décadas y parece un producto de otra época, un film que pretendió anticipar el futuro pero que solo remite a un pasado olvidable.