Proyecto 55

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrenó Proyecto 55, nuevo documental-ensayo personal del realizador argentino Miguel Colombo. Un notable trabajo que reflexiona sobre las guerras y sus consecuencias, tomando como punto de partida el golpe de Estado al gobierno de Perón en 1955.
Todo comienza con el relato de una pesadilla. Imágenes entre barro y sangre, explosiones, gente gritando. Miguel Colombo describe en detalle las sensaciones de un (mal) sueño recurrente. Esta premisa es la excusa que lo lleva a realizar Proyecto 55, su nuevo documental.

Al igual que con sus trabajos previos, Huellas y Leónidas, Colombo parte de historias cercanas a él para encarar el tratamiento y diagramar el relato, así como el propósito del documental: narrar una reflexión audiovisual, transparentando el artificio, exhibiendo los preparativos, el doblaje, y fragmentos de material de archivo. En este material se concentran los principales valores de la película. No solamente por la calidad audiovisual de filmaciones de los años 50 y 60, sino también por la coherencia del montaje para construir una tercera lectura, acoplada a las reflexiones del director.

Colombo decide poner el foco en el golpe del 55, un episodio trágico que el cine nacional siempre narró con bastante superficialidad. Las imágenes son crudas. Bombas cayendo sobre la Plaza de Mayo en plena mañana. Fotos y filmaciones caseras, en medio de las multitudes, desde diferentes ángulos. Recuerdos de custodios de uno de los ministerios que rodean la Plaza (y hoy se juntan a mantener viva la amistad) y material periodístico inédito.

Sin embargo, más allá del relato histórico y la reconstrucción del sangriento episodio que dejó más de 300 víctimas fatales, Colombo y su equipo deciden llevar a cabo un trabajo más plástico para recuperar sonidos y pensar cómo impactaría un ataque así hoy en día. Para tomar conciencia de la magnitud del dolor y el sadismo de los gobiernos, el director lleva al espectador a otras batallas: Vietnam, los campos de concentración del nazismo, las trincheras de la Primera Guerra.

Memorias que se van superponiendo (incluso las de los propios familiares del director), imágenes que parten y regresan al mismo hecho histórico. El realizador logra capturar, a través de los silencios y los ruidos cotidianos, las atmósferas sonoras de los sitios que hoy en día son cementerios o parques. Es un trabajo lúdico, en el que sus creadores son expuestos buscando soluciones cinematográficas para métodos de narración poco convencionales.

Colombo se aparta de los lugares comunes del documental cronológico. Evita, prácticamente, a los bustos parlantes y deposita la mayor parte de la narración en su propia voz, en su motivación, sus miedos y la búsqueda de una respuesta a los interrogantes que le planteaba la pesadilla recurrente.
Más allá del interés constante que despiertan las imágenes (es escalofriante el relato de un piloto estadounidense previo a un bombardeo en Vietnam), la narración en off del propio realizador se vuelve un punto en contra del trabajo final. En primer lugar, porque por momentos es reiterativo con lo que intenta analizar, en otros es redundante con la selección de imágenes, que de por sí son bastante gráficas, y por último porque el relato es un poco monocorde y demasiado fragmentado en oraciones. Como si estuviese leyendo el material y pretendiendo hacer innecesario énfasis en cada punto final. No es tanto el contenido, sino la forma en que la voz en off termina interviniendo en cada escena. La ausencia de emoción o espontaneidad en la narración genera, por momentos, un poco de monotonía.

Para contrarrestar este aspecto, la reflexión final sobre las consecuencias del golpe y sus fantasmas sociales, está a cargo de intérpretes y locutores que le otorgan la personalidad y carga emotiva que Colombo no le aporta al resto del metraje. Excluyendo este punto, el material resulta valioso y necesario, no esconde una arista didáctica pero funcional a los tiempos que corren.

Abstrayéndonos de la morosidad del relato off, Proyecto 55 parte de una premisa original y personal, para meter al espectador en una reflexión fundamental para recordar uno de los episodios más sangrientos de la historia argentina. Se genera suficiente empatía y conexión con los miedos y pesadillas del protagonista (el director), para intentar comprender las huellas que deja el dolor, el origen de la maldad humana, y qué pedazo de historia se les deja a las generaciones venideras.