Prometeo

Crítica de Marina Yuszczuk - Otros Cines

En busca del Alien perdido

Teniendo como único participante a cualquiera de los tantos nerds cinéfilos que fueron jóvenes en los '80, se podría hacer una prenda con la consigna “Sin repetir y sin soplar, similitudes y diferencias entre Alien y Prometeo, ¡ya!”. La lista es larga, y comienza, por supuesto, con obviedades como los nombres compartidos de Ridley Scott y Walter Hill (acá también como productor), la protagonista femenina, la nave espacial, el bicho inmundo que se mete por la boca y sale convertido en algo muchísimo peor, la pesadilla corporal y paranoica en asfixiantes pasillos intergalácticos...

Después de años erráticos, con comedias románticas aceptables (que es sinónimo de aburrido) como Un buen año, con Rusell Crowe, y versiones malísimas de Robin Hood, también con Rusell Crowe -y algún Gladiador en el medio, con... bueno, ¡ya!- Ridley Scott vuelve a hacer algo que valga la pena mirar. Aunque sea porque moleste.

Porque, para los fanáticos irredentos de la primera o primeras Alien, Prometeo puede ser una ofensa indigerible, a menos que recuerden que en el medio pasaron 33 años y unas cuantas cosas más. Del olor industrial, no sólo de Alien sino de buena parte del cine de la bisagra '70s-'80s, no queda mucho, y menos todavía quedan chicas rudas y fibrosas como Sigourney Weaver, Linda Hamilton o Brigitte Nielsen, que uno siempre podía imaginar levantando pesas en musculosa en una fábrica abandonada, brillosas de sudor.

La protagonista de Prometeo (Noomi Rapace, la chica de la saga Millennium en la versión original sueca) es una científica no muy alta y con un aire aniñado en el flequillo pelirrojo que, antes que ser una heroína de acción, se define por un rasgo más acorde con la sensibilidad de la época: es la que cree (y así la van a ver cargando una cruz en el cuello más que extemporánea durante casi toda la película, como recuerdo de un mundo perdido).

Esa cruz, por supuesto, no tiene nada que ver con la Iglesia, pero sí remite al gran tema de Prometeo, más cercana en esto a Sunshine: Alerta solar y sus inquietudes místicas que a la vieja Alien (si todavía no vieron Sunshine, por favor búsquenla pronto porque es perfecta). Acá, una expedición científico-corporativa atraviesa el espacio guiada por un mapa obtenido de la combinación de murales, dibujos y grabados de civilizaciones perdidas. Ya saben: mayas, egipcios, sumerios, y todo el repertorio que podría formar parte -tanto como el argumento de Prometeo- de un número especial de la revista Muy interesante. Parece ser que estos pueblos antiguos tuvieron contacto con extraterrestres a los que adoraban como dioses, y que nos dejaron pistas para que volvamos a encontrarlos. La película, ya de vuelta de la muerte de Dios, persigue este origen como una nueva posibilidad de acceder a las respuestas sobre el sentido de la existencia humana y la mortalidad.

Y dentro de la película, bueno, cada uno persigue lo que puede: está el magnate corporativo que sólo quiere vida eterna para sí mismo (Guy Pearce), los científicos que buscan el conocimiento como náufragos en el desierto, los humanoides creados gracias a la ciencia que prologan una cadena de dioses y demiurgos caprichosa y profana. En un acierto de casting genial, estos casi-robots son Charlize Theron y Michael Fassbender, y el insoportable (con fama de intenso) de Fassbender por primera vez está perfecto en su traje de 2001, odisea en el espacio, haciendo un comic relief que se decolora el pelo para parecerse a Peter O`Toole en Lawrence de Arabia.

Como en 2001, acá se trata de búsquedas filosóficas interestelares, pero hasta ahí nomás. O solamente en tanto esas búsquedas sean la excusa perfecta para embarcarse en aventuras, ponerse trajes de astronautas, andar en moto por la superficie de un plantea con anillos. Prometeo, más cerca de aquella querida serie Elige tu propia aventura que de la solemnidad de Avatar, es una película infantil, lúdica (y en ella efectivamente se puede elegir, recorrer distintas líneas). O bueno, tanto como puede serlo un pegote de penes y vaginas en el espacio, porque el diseño básico de Alien se mantiene, algo simplificado y menos sucio, menos pringoso (por eso acá, los aliens en su fase “renacuajo” son inequívocamente penes, así que las violaciones son igual de explícitas), para devolver como broma la idea de que una expedición que buscaba el origen de la vida se encuentre con la sexualidad en estado ampliado y monstruoso, y escape horrorizada.