Profesor Lazhar

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

La enseñanza del dolor

El filme canadiense de Philippe Falardeau es valioso por confiar en la potencia de lo inexplicable, en la ambigüedad que siembra lo definitivo. Profesor Lazhar comienza con un suicidio, el de la profesora Martine en el aula donde daba clases, caso que turba a sus alumnos (en especial a Simon y Alice, unos destacables Émilien Néron y Sophie Nélisse, quienes parecen saber más de lo común sobre el hecho) pero no a la institución escolar, que reemplaza rápidamente a la fallecida con el recién llegado Bachir Lazhar (un esforzado aunque también exagerado Mohamed Fellag, que pone en escena modales de mimo), profesor argelino reticente a hablar de su pasado. La muerte de Marine instala en el aula y en la flamante relación maestro-alumnos una perceptible extrañeza, una presión por cosas no dichas que empujan por salir a la luz.

De a ratos, el filme (nominado a mejor película extranjera en los Oscar de 2012), que se desarrolla en su mayor parte en la escuela y sus alrededores, se vuelve amable en su retrato de los pormenores socioculturales que surgen en la clase, más que nada en la contraposición entre la manera anticuada y excéntrica de enseñar de Lazhar y la inteligencia e irreverencia de sus aventajados alumnos. Pero Profesor Lazhar no es Entre los muros: acá el problema es moral y metafísico: hay una muerte imposible de borrar, y la institución educativa (y la sociedad, por extensión) la reprimen, la ocultan, la censuran, porque "no hay que hablar de eso". De la misma forma, esa mudez hostil será la que selle el destino final de Lazhar: la cobardía y mojigatería ante la muerte (y el suicidio) es también la que ronda en torno a los inmigrantes de países "terroristas".

En ese arriesgado paralelismo e in crescendo emotivo se juega la resolución de Profesor Lazhar, que colma las expectativas de manera estremecedora sin renunciar a su planteo aparentemente frío pero eficaz, afín al naturalismo dramático del cine francés. La virtud del filme yace en su profundidad, que reniega de explicaciones baratas de última hora o cándidas complicidades escolares: aquí los niños son más adultos que los adultos y saben de la culpa y el dolor más que ellos.