Princesita

Crítica de Fabio Albornoz - Ociopatas

Producida por Pablo Larraín (uno de los cineastas más trascendentales de la historia de Chile), “Princesita”, de Marialy Rivas, nos llega 3 años tarde. Y aborda un caso real ocurrido en el Sur de Chile, sobre una joven de 11 años que vivía en una secta. Ese anclaje es, de todas formas, totalmente universal, porque como es sabido, se trata de un tema recurrente en pueblos y zonas alejadas de las grandes urbes.

La directora ya sabe lo que es abordar una historia de adolescencia, crecimiento femenino y despertar sexual. Su premiada ópera prima, “Joven y alocada” (2012), iba por esos lados. “Princesita” dialoga en el mismo universo, solo que ahora introduce la cuestión de una secta, que camufla lo referido al abuso sexual.

Una historia así, podía ser filmada con todos los tópicos habituales, pero Rivas le encuentra la vuelta desde otro enfoque. Más bien diría cercana al cine de Terrence Malick, con lo que eso implica (para bien y para mal).

La narrativa no parece seguir ninguna línea muy marcada, y se deja llevar por el impulso de lo poético, la ensoñación y un relato desordenado conducido por una cámara que parece flotar, como la de Malick.

Aparece la voz en off que acompaña las imágenes en una excesiva cámara lenta. Dos componentes que impiden que la película fluya como es debido. Como experimento es curioso, pero la película se agota rápidamente en esos dos recursos. La virtuosidad técnica y estética no alcanzan para sostener los 70 minutos del nuevo largo de Rivas.

Acaso el momento más interesante sea cuando aparece el personaje de la profesora. Una historia muy frágil que encuentra un punto de tensión allí, pero que rápidamente se dilapida y esfuma. “Princesita” tiene buenas intenciones, pero lamentablemente no alcanza.