Primicia mortal

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Amarillo letal

Algunas noticias policiales se consumen masivamente, tanto en los Estados Unidos como acá, no tanto por el valor periodístico que poseen sino por la puesta su escena, con una carga de morbo: un ambiente generador de circuitos especializados y desalmados que, obviamente, arrastran una serie de personajes interesados en el costado lucrativo de situaciones desgraciadas. En este marco, “Primicia mortal” es una de las películas más corrosivas y críticas que se realizaron en los últimos años sobre los medios de comunicación, explorando el mundo de los camarógrafos freelance que trabajan para la televisión norteamericana, desde la perspectiva de Bloom, un psicópata con piel de cordero, magistralmente interpretado por Jake Gyllenhaal.

El actor de “Secreto en la montaña” encarna aquí a un buscavidas sin trabajo y con mucho tiempo para leer manuales acerca de cómo funciona el mundo de los negocios. Con un vocabulario empresarial a contrapelo de sus actividades marginales, descubre por casualidad que el registro de noticias sangrientas es un producto cotizable entre las noticias televisivas. Con esa certeza, empujado por una ambición inescrupulosa y la confianza en sí mismo, adquiere una radio transmisora, un GPS y una cámara semiprofesional que canjea en un negocio de usados. Guiado por su intuición y la consigna de llegar antes que la policía, empieza a recorrer las calles nocturnas de Los Angeles en busca de accidentes o delitos violentos, para ofrecer sus primicias. Bloom llega al extremo de coincidir con los hechos, exponiéndose a situaciones de extrema peligrosidad.

Un nuevo monstruo

El personaje de Lou Bloom es el nuevo monstruo de nuestra era, marcada por los medios de comunicación. Con un apellido tan parecido a la palabra sangre (blood), Gyllenhaal profundiza su mirada ojerosa y sus muecas perturbadoras, brindando otra caracterización demoledora que hace interesante a un personaje perverso y manipulador que sorprende en cada escena en la que aparece. El actor cambió de manera notable su apariencia física para este trabajo y eso contribuye a que el protagonista resulte más aterrador.

Filmada en locaciones de la ciudad de Los Ángeles que rara vez se retratan en el cine, este thriller minimalista de poco presupuesto y puesta en escena austera, fluye con agilidad gracias a la dinámica de las escenas y los diálogos sardónicos respecto del negocio del espectáculo y las desgracias lucrativas.

Gilroy, el sólido guionista y director, que debuta con esta película por la puerta grande, hace una lectura aguda de los imperios periodísticos y denuncia su encubierta xenofobia junto a la moral degradada y los discursos frívolos.

Acción y plus

Por el adjetivo “mortal” del título, podría encuadrarse al film dentro del llamado cine de acción. Si bien no se puede negar que cuenta con varios elementos de ese género, la película es bastante más que eso.

A diferencia de muchos otros filmes que muestran a Los Angeles como una ciudad de interiores decorativos, aquí se exhibe lo que no se ve habitualmente: barrios bajos, avenidas desiertas por las noches, calles llenas de marginales deambulando por una metrópolis salvaje, ideal para vampiros como Lou Bloom que inadvertidos para los demás recorren sus autopistas. La pintura fantasmal de los Angeles se acerca al escenario de una comunidad intoxicada por el deterioro económico, los flujos inmigratorios y la rabia social, ingredientes para un ambiente caldeado que favorece el ascenso independiente y amoral de un oportunista freelance como el protagonista.

La manera de filmar del director le da a la película un tono no del todo acorde a los estándares del Hollywood actual y también busca una pátina antigua, como homenaje a cierto cine un poco más sucio narrativamente hablando de los años setenta. En ese sentido, se trata de una apuesta comercial riesgosa, a mitad de camino entre el drama de denuncia y el thriller, aunque en el fondo uno termine inmerso en una oscura película de terror, atravesada por un humor negro y cínico. A la altura de un pequeño clásico, con un ritmo frenético y ascendente, el film incomoda con su mirada implacable que interpela éticamente al espectador sobre una sociedad que demanda los mismos productos que no duda en condenar.