Primero enero

Crítica de Nicolás Feldmann - Proyector Fantasma

Padre/hijo
Un padre recién separado y su pequeño hijo Valentín emprenden un último viaje juntos hacia la sierra cordobesa con la excusa de aprovechar la casa de veraneo antes que sea vendida. Sin embargo, un aire de tristeza y melancolía recorre lo que debería ser un momento en común que estreche el singular vínculo padre-hijo, mientras que cada paseo, cada experiencia compartida proveniente de las enseñanzas varoniles que pasan de generación en generación (desde plantar un árbol hasta aprender a jugar al truco), terminan invadidos por la angustia del niño al extrañar a su madre y los silencios de su padre al no saber cómo explicar el divorcio a un chico.
Con paso reciente por la Berlinale, y luego de ganar la competencia argentina del pasado BAFICI, Primero de Enero, la ópera prima del cordobés Darío Mascambroni retrata de manera sutil y sensible tanto la despedida de la casa familiar, con varios de sus recuerdos latentes en cada uno de los adornos y muebles, como también el quiebre para el pequeño a la hora de afrontar la idea de que sus padres ya no estarán juntos. Algo que se manifiesta en la forma que el chico se rebela frente a las actividades propuestas por su papá, siendo estos pequeños conflictos su única forma de desahogo.

La bella fotografía de los cerros cordobeses ilustra un complemento ideal a la esencia de nostalgia que caracteriza al film que, sumada a la especial empatía de estos padre e hijo en la vida real, hacen de Primero Enero una experiencia conmovedoramente triste.

En un momento el pequeño Valentín se encuentra con una niña en las orillas del río. Ella le dice “Es la primera vez que vengo acá”. “Yo la última” contesta él mirando afligido al suelo. Las despedidas siempre son difíciles.