Primer grado en tres países

Crítica de Juan P. Pugliese - EscribiendoCine

Desde adentro

Mariana Lifschitz abre las puertas de su intimidad para narrar la experiencia de encarar el comienzo de la escolarización de su hijo. Lo interesante radica en que comparte todo el proceso junto a otras dos madres, una en Finlandia y otra en Francia, para ilustrar las dificultades que atraviesa la educación pública.

Primer grado en tres países, el segundo documental de Mariana Lifschitz, va de lo particular a lo general. Narrado en primera persona, la realizadora sitúa la acción en septiembre de 2014, momento en el cual comenzó la búsqueda de la escuela para su hijo.

Mientras tanto, en Francia y en Finlandia, Leo y Julia inician primer grado. A través de Skype, Mariana, junto a las otras dos madres, una de ellas argentina y la otra francesa que vivió en nuestro país y regresó a Francia, pondrán en común sus primeras sensaciones. Diferentes factores serán objeto de comparación en el registro de Lifschitz, desde la disposición de los chicos en el aula, pasando por el trato de los docentes, hasta los métodos de evaluación.

Primer grado en tres países podría verse como una continuación necesaria de La inocencia, de Eduardo de la Serna, en donde se documentaban los primeros pasos en la escuela de una niña en la provincia de San Juan y de otra en la ciudad de Buenos Aires. Si bien allí el contraste se daba en otros aspectos como el económico, la educación adquiría un rol fundamental.

Aquí el foco se pone exclusivamente en los métodos de aprendizaje, las costumbres y las idiosincrasias propias de cada sociedad sobre un sistema educativo que indudablemente requiere una revisión. La visión de la directora permite explorar un proceso en el que se deja entrever una problemática que no conoce de fronteras.