Presidente bajo fuego

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tras una larga carrera como actor en películas en su mayoría prestigiosas, el irlandés Liam Neeson se convirtió bien pasado los 50 años en un inesperado héroe de acción con el personaje de Brian Mills en Búsqueda implacable (una franquicia surgida luego del boom de sagas como las de Jason Bourne). Algo más joven, el escocés (también de padres irlandeses) Gerard Butler hizo lo propio gracias a su interpretación de Mike Banning, el ladero de presidentes en peligro. Ya no está en la Casa Blanca el Benjamin Asher de Aaron Eckhart, pero sí el Allan Trumbull de Morgan Freeman (algo así como una versión más veterana y más reaccionaria de Barack Obama).

Lo cierto es que, en medio de fuertes lobbys por conseguir multimillonarios contratos en el área bélica, el pobre Banning terminará siendo acusado de intentar matar al presidente cuya misión es custodiar. En un típico juego de gato y ratón, no solo deberá escapar con su habitual inteligencia y destreza física (aunque las secuelas de tantos años de acción se empiezan a notar cada vez más en su cuerpo) de la persecución de su propia agencia y del FBI, sino también desbaratar una amenaza generada por quienes alguna vez fueron sus compañeros (el famoso enemigo interior).

El conflicto central y sus derivaciones, las motivaciones y la construcción psicológica de cada personaje (los secundarios son todos directamente caricaturescos), las escenas de acción, los diálogos y las resoluciones se ubican por debajo no ya de la media de la producción actual de Hollywood sino incluso de cualquier serie de segunda línea.

El principal problema de Presidente bajo fuego -además de la escasísima creatividad de sus hacedores, claro- es que se pretende una película seria cuando funcionaría mejor en el terreno de la Clase B con vuelta de tuerca irónica o autoparódica. En ese sentido, lo mejor de esta tercera entrega es la aparición de Nick Nolte como Clay Banning, el patético (y por lo tanto querible) padre de Mike. Con su look de larga barba blanca (tiene ya 78 años) y su permanente sobreactuación, se incorpora con honores al club de los “ya no me importa nada y estoy más allá del bien y del mal” que presiden Mel Gibson y Nicolas Cage. Quizás por eso, luego de un final totalmente previsible y descartable, vemos tras los créditos finales una escena de padre e hijo con un tono delirante que las casi dos horas previas de narración no se atrevieron a adoptar. Una pena.