Post Tenebras Lux

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Cine con mayúsculas

Segun cuentan, en Cannes, terminada la proyección exclusiva para la prensa, se hiceron sentir en la sala los silbidos y los abucheos por parte de los periodistas. La explicación para este comportamiento seguramente se deba al carácter fragmentario de la película, y a la ausencia de una narrativa clara. Se trata de una sumatoria de escenas que en muchos casos no tienen aparente continuidad, ni coherencia, ni relación entre ellas. Es verdad que hay una anécdota central, pero tampoco acaba resolviéndose con claridad. Reygadas dijo públicamente sentirse halagado por los abucheos, y que si sus películas no fuesen abucheadas estaría preocupado; para rematar dijo que los programas de televisión son "el peor veneno del mundo de hoy" y que sin embargo nunca son abucheados. Pero aún con la mala recepción por parte de algunos sectores de la crítica, Reygadas se llevó el premio a mejor director en el festival ese mismo año.
No es la primera vez que ocurre algo así. Uno de los abucheos más famosos de Cannes fue el que recibió Antonioni en 1960 finalizada la proyección de La aventura y como se sabe, esta conducta fue la que llevó a otros críticos a defender enfáticamente la película. La historia acabó dándoles la razón, (es una presente en todas los tops de mejores películas del siglo veinte), como para subrayar que la prensa suele equivocarse. Para el caso de Reygadas, la cosa es más incomprensible aún, ya que Post Tenebras Lux es una obra dotada de buen rítmo, de personajes llamativos y un conflicto constante. Pero la necesidad de "entender" todo en una película seguramente haya llevado a muchos al rechazo.
Lo inconcebible es que más allá de los cabos sueltos no se haya percibido lo poderoso e impactante de algunas escenas, lo envolvente de los climas, la agudeza y la certeza en plasmar cierta visceralidad humana. La primera escena, en la que una niña de unos tres años va adentrándose sola en un campo abierto entre barro, vacas, caballos y perros mientras la noche cae y empieza a avecinarse una tormenta eléctrica, es uno de los fragmentos más brutales que haya dado el cine en los últimos años, y marca desde un comienzo la impronta que recorre todo el film: una atmósfera onírica, dominada por una sensación de peligro constante, a veces de origen incierto. Pero aún los momentos que parecen enigmáticos y descontextualizados -la aparición de un demonio fluorescente que recorre las habitaciones de una casa, los preparativos de un equipo adolescente de rugby- están directamente relacionados con los instintos más básicos y primitivos del ser humano, y dan cuenta de cómo esas pulsiones son algo universal que trasciende fronteras y estratos sociales. De todos modos sí hay una anécdota sólida que recorre la película: una familia que vive en el México rural junto a sus dos hijos parece encontrarse al borde del agobio y la ruptura. El nihilismo rasante roza la pesadez existencialista; la humanidad y sus peores vicios pervierten y desangran, en una de esas películas herméticas que se quedan en la cabeza del espectador, invitándolo a reincidir con segundos y terceros visionados.