Posesión satánica

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La cajita infeliz

"Posesión satánica" intenta volver al terror clásico, sin golpes bajos ni escenas truculentas, y por momentos lo consigue

Hay muchas clases de películas de terror, pero en medio de todas estas clases, se puede distinguir entre las que fueron hechas para los fanáticos y las que fueron hechas para causar miedo a cualquier tipo de espectador.

Esta segunda clase es cada vez más rara, porque el terror se ha convertido en una franja de mercado autosustentable, y no necesita de un público profano. Sin embargo, pese a las reglas de la industria, Posesión satánica, la esperada última producción de Sam Raimi dirigida por Ole Bornedal, intenta ubicarse en la línea de un clásico como El exorcista.

De hecho, hace algo más que ubicarse, lo cita, lo plagia y le rinde tributo hasta en la forma de peinarse de la nena poseída (Natasha Calis). Es increíble cómo la famosa película de William Friedkin marcó definitivamente el modo en que el cine muestra el fenómeno de la posesión diabólica: los ojos desorbitados, los vómitos, el cuerpo contraído, los movimientos arácnidos, la fuerza descomunal.

Todo esto se repite como un calco en Posesión satánica. Lo que cambia son las circunstancias y la mitología de origen del demonio. Este llega a manos de la niña dentro de una caja comprada en una venta casera. Y no se trata del Lucifer católico, sino de un "dibbuk" judío, lo que después justificará que el rapero Matisyahu interprete a un exorcista no del todo convincente.

Otro lugar común en el incurren los guionistas es encuadrar la historia en el marco de un problema familiar, la separación de los padres. De ese modo las alteraciones de la niña pueden ser interpretadas como una consecuencia del trauma que le provocó el divorcio. Es un recurso narrativo convencional, por cierto, y no debería ser considerado una bajada de línea anti divorcista. Pero aparece tan subrayado que genera cierta interferencia emotiva y bloquea el suspenso.

Sin dudas, lo mejor son las escenas que parecen orginarse en una imagen congelada: la niña de espaldas frente a un espejo o la caja que se abre sola o el insecto posado en la cabeza de la hermana. Hay una tensión en esos momentos de inmovilidad que demuestran que sólo es necesario mirar fijo una cosa para que esta se vuelva siniestra.

Es una lástima que ni Raimi ni Bornedal confíen del todo en ese aspecto puramente visual del miedo y lo recarguen con referencias culturales y religiosas. Aun así, por su fotografía, su elegante espíritu clásico y la inquietante Natasha Calis, Posesión satánica no es sólo "otra película de terror norteamericana".