Posesión infernal

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Nadie, excepto los productores, imaginaba una remake de “Diabólico” (1981). Podría usarse el término “innecesaria”, pero, al parecer, mirar hacia el pasado puede servir para reinventar el futuro del género. Esto conlleva muchos errores, como las horribles nuevas versiones de “Pesadilla en lo profundo de la noche” (2010) o “La masacre de Texas” (2003), y unos pocos aciertos como la versión de “Rob zombie de Halloween” (2007).
Sam Raimi y Bruce Campbell, director y actor protagónico de la original, llamaron a Fede Álvarez luego de haber visto un corto de su autoría llamado “Ataque de Pánico” (2009), hecho con sólo 300 dólares y muchas horas de efectos visuales, en el cual una horda de robots gigantes ataca la ciudad de Montevideo (búsquelo en You Tube, vale la pena). Entendiendo que era hora de revisar la saga compuesta por “Diabólico”, “Noche Alucinante” (1988), que era una remake en sí misma, y “El ejército de las tinieblas” (1992), le echaron el fardo al pibe uruguayo a ver cómo anda. No salió nada mal.
En la original, cuatro amigos llegaban a una cabaña en la cual descubrían el “necromicón”, el libro de los muertos que a gritos dice “no leer”. La curiosidad mata al gato, así que una vez leído se desata el infierno y los demonios llegan para hacer de las suyas. Desde la introducción hasta los primeros minutos de las posesiones, Raimi jugaba entre el terror y el humor bizarro hasta que se decide por éste último para definir las tres películas, hoy de culto para los fanáticos.
La versión de Fede Álvarez abandona el humor casi por completo, cambia algunos nombres y características de los personajes y se toma el guión en serio. De hecho se toma el trabajo de justificar el paseo al bosque: Mia (Jane Levy) está saliendo de su adicción a la heroína y los otro tres le hacen el aguante.
Con esta decisión tomada, “Posesión infernal” apunta a dar miedo con la misma base de la original lo cual no es criticable, pero deriva sólo en aciertos parciales empezando por la falta de suspenso (elemento clave del género) en favor de (muy buenos) efectos de maquillaje. Con eso sólo no alcanza para generar la tensión necesaria. Tampoco se logra del todo una construcción de personajes que logren nuestra empatía porque el desarrollo va directamente a los bifes, luego, es difícil generar el dramatismo que pone en el espectador la sensación de importarle lo que les sucede. De hecho, Mia está mejor construida como poseída que en su versión de adicta.
De todos modos, si no nos hacemos demasiadas preguntas, la película tiene momentos y escenas que se rescatan por sí mismas y alcanzan el objetivo del salto en la butaca, sobre todo para los novatos que nunca se molestaron en alquilar la original en el video club. Por eso, por el manejo de cámaras (que mantiene la esencia de esquivar arbustos y troncos al ras del piso) y por el aprovechamiento de los espacios dentro y fuera de la cabaña con planos y música que nunca dan la sensación de ser lugares para estar a salvo, “Posesión infernal” tiene con qué apostar al futuro sin ser una maravilla. Claro, con lo exponentes del género que se estrenan no hace falta mucho tampoco.