Por un puñado de pelos

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Néstor Montalbano ha logrado forjar una carrera en la realización cinematográfica apoyándose en la utilización de figuras televisivas populares para narrar historias poco convencionales (por lo absurdas) aunque de manera básica y tradicional.
Y si en su último largometraje (“Pájaros volando”) construía una épica historia de acercamiento a seres del más allá (con cosmogonía incluida) en su nueva propuesta “Por un puñado de pelos” (Argentina, 2012) se acerca a la imaginería popular que encuentra en las falsas deidades y la religiosidad instantánea su cohesión e impulso de existencia.
Hay un looser bien estereotipado (Nicolás Vázquez), calvo, que intenta mostrarse de una manera que difiere con la realidad, y que en su soledad se autoafirma algo que no es y que nadie se anima a decirle: SOS UN PERDEDOR.
Por casualidad, o mejor dicho, por interés, decide acompañar al portero de su edificio (Daniel Ferreyra) a viajar a San Luis a festejar los 100 años de su abuela, y todo para cambiar algo que le molesta de sí mismo.
Es que en esa decisión de ser el “chofer” radica en que una vieja leyenda que le contó su “nuevo amigo” dice que si se moja la cabeza con el agua de una olla en la que el “Chapi” (un conquistador español enamorado de una indígena, de larga cabellera) desapareció, su problema capilar desaparecerá milagrosamente.
Porque de eso se va a ocupar Montalbano en “Por un puñado…” de milagros que cambian la vida y la percepción sobre las mismas, y para hacerlo utilizará recursos como la animación 2D (para narrar la leyenda del Chapi) y el claro homenaje a westerns de los años setenta.
La película tratará de encontrar su rumbo principalmente basándose en la dinámica que se generará entre la visita de Tuti (Vazquez) y los familiares de Héctor (Rubén Rada, Norma Argentina, Ivo Cutzarida, etc.). Civilización VS Barbarie. Humildad VS la opulencia. Pueblo VS Ciudad.
Y así y todo, entre ambos bandos se armará una sinergia que posibilitará la construcción de un futuro fecundo negocio en el que hasta un Luis Miguel (el doble, para ser más exacto) querrá probar.
El slapstick puesto en el cuerpo de Vázquez (se carga la película al hombro) y el extrañamiento como verosímil de construcción de sentido van erigiendo un discurso narrativo errático que pierde su potencia inicial rápidamente pero que intenta en esto de “vender el pueblo” o mostrar cómo afecta la alteración del orden establecido en los lugareños la visita de Tuti, hablar de una búsqueda personal. Atentos a la participación del pibe Valderrama.