Por un puñado de pelos

Crítica de Juan Pablo Ferré - A Sala Llena

El tono errado.

En 1964, Sergio Leone ofrecía al mundo Por un Puñado de Dólares, el primer filme de la llamada “trilogía del dólar” y, según dicen, el que dio origen al género conocido como spaghetti western. El hecho de que una película tan sosa y torpe como Por un Puñado de Pelos tenga un título inspirado en su nombre suena más a ofensa que a homenaje.

La curiosa idea de que un joven con problemas de calvicie (Nicolás Vásquez) conozca casualmente un salto de agua milagrosa que hace crecer el cabello en un pueblo remoto cuyo alcalde es nada más y nada menos que el exfutbolista Carlos “El Pibe” Valderrama, invita al espectador a ilusionarse con lo que verá. Si a eso le sumamos la presencia de Néstor Montalbano (responsable de sucesos televisivos como Cha, Cha, Cha y Todo por Dos Pesos) en la dirección y de Damián Dreizik (también de notable trayectoria como actor y comediante) en el guión, las expectativas se agigantan. Y así como dicen que mientras más grande, más ruido hará al caer, el desbarranco cinematográfico que presenciamos ante Por un Puñado de Pelos es tan estrepitoso que cuesta creerlo.

El principal problema del nuevo filme del director de Pájaros Volando y Soy Tu Aventura no es que no tiene a Capusotto de protagonista, sino que cuenta con una narración torpe y pésimamente interpretada por el elenco que impide de manera sistemática la creación de un tono humorístico. El humor es el único camino que la historia debe tomar y brilla por su ausencia. Aquí no hay parodia a las películas del género -pese a la música símil western, a las gráficas típicas del lejano oeste y a los escenarios inhóspitos, ni el director ni el guionista ahondan en la temática para buscar el humor explotando esos recursos-, no hay gags, ni humor físico, ni diálogos desopilantes o siquiera ocurrentes. Sí hay absurdo, tal como se puede apreciar en la breve descripción del argumento o en la sucesión de situaciones que van aconteciendo a lo largo del metraje, pero ese absurdo no se asimila como un recurso humorístico. En la búsqueda del registro cómico, la narración falla constantemente en el tono y jamás logra que esos hechos injustificables y algo inconexos que aparecen en pantalla se puedan observar como un quiebre del curso natural, un corrimiento forzoso que derive en una historia bizarra.