Por un puñado de pelos

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

En el medio de la nada.

Allá por el anochecer del siglo XX, cuando Fabio Alberti se ponía un traje de mago barato, un bigote tan pronunciado como falso y un muñeco solemne en su brazo, el gusto no estaba en los chistes de su personaje. Para Beto Tony, uno de los tantos seres que transitaron en el carnaval bizarro del programa Todo Por Dos Pesos, lo que se suponía que era un chiste de mala muerte era sólo el inicio. Sorprendentemente, el típico silencio irrompible del fracaso público era el puente a la verdadera dimensión de esta creación, que con el postergado pero inevitable “¡Está bien!” revivía a aplausos masivos, pasando en un minuto del chiste a la realidad, para luego mutar a un reflejo torcido de nuestro mundo, tan seguro y serio en su visión como para causar la mayor gracia.

Esa era sólo una muestra del poder de la anti-comedia, fuerza que pocos argentinos entendieron como Néstor Montalbano. Trabajando en memorables hits del humor vía televisión (Cha Cha Cha o el mencionado Todo Por Dos Pesos) y cine (Soy Tu Aventura, Pájaros Volando), el director logró explotar su tejido de las pequeñas costumbres que nos alejan y nos acercan de esa rara convención social. Por desgracia, la racha se corta con Por Un Puñado De Pelos (2014), un producto que no tiene idea de que decir ni como hacerlo en el contexto del ridículo.

Como se puede notar por su título, Por Un Puñado… llama al clásico film de Sergio Leone, siendo la primera de muchas referencias a la Trilogía del Dólar. Por su parte, la mayoría pasa de forma simpática, como una sutil parodia al uso del primer plano en sus confrontaciones al estilo “Mexican standoff”, o el uso de temas (como el de Allonsanfàn) del maestro supremo del soundtrack, Ennio Morricone. Pero si hay algo que Montalbano resalta, en su misión por crear un western autóctono, es la lucha de todos contra todos que llega con el choque de tradición con modernismo. Para el realizador italiano, la Guerra Civil estadounidense y el avance del ferrocarril eran suficientes mechas para hacer explotar el Oeste. Y en el caso local, un pueblo de San Luis es el lugar a ser revolucionado… por la cabellera.

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Eso es lo que busca Tuti (Nicolás Vázquez), joven bien de metrópolis con una actitud que grita llevarse el mundo por delante, pero que a la vez duda el doble con sus acciones. Su padre lo evita, las chicas lo ignoran y, por supuesto, el pelo se le despide. Es el momento justo para que este casi pelado escuche la historia de su portero Héctor (Daniel Ferreyra), al cual se le escapa el secreto de una cascada milagrosa bendecida por un santo, que concede fresco cabello. Sí, le suena alocado, pero no tan distante como la infinidad de opciones que ya probó para deshacerse de su condición. Sin muchas opciones, Tuti se manda al hogar de su amigo, donde descubre que la leyenda es realidad. Queda una pregunta. ¿Qué hacer ante esta revelación? Lucrar, por supuesto. Pero para hacer realidad sus sueños de crear un spa y resort, el aprovechado tendrá que lidiar con los orgullosos habitantes del lugar milagroso, mientras una fuerza divina se prepara para repartir retribución a los codiciosos.

Así se establece el relato de Montalbano y el guionista Damián Dreizik (el mismo de Pájaros Volando), quienes arrancan relatando la devoción mitológica al mítico santo Chapí y presagiando una tragedia con elementos de ridículo, tema expresado con seguridad en la mejor escena del film, que recrea su historia con una animación 2D por computadora que imita las fallas de un show de marionetas. Pero cuando aparece el personaje de Tuti, todo se empieza a desviar al peor resultado. Vázquez, por decirlo de una manera sencilla, parece salido de otro universo ajeno a la película; más específicamente, la dimensión de una novela de Pol-ka. No es por insultar al actor, quien saca buenos resultados en su ámbito común, pero como el protagonista de esta producción, él expresa algo muy artificial con su estereotipo de perdedor. En otras palabras, no es tan orgánico en su miseria como, digamos, un Diego Capusotto o un Luis Luque, y por lo tanto su confrontación rutinaria con los personajes más humanizados no genera nada, ya sea a la hora del humor o del sentimentalismo.

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De todas formas, la culpa no cae totalmente sobre él, ya que su forma de ser (expresada en tics al estilo de hablar como palermitano hinchado, no saber que no hay WiFi en el campo y pronunciar palabras cualquiera en inglés) es sólo uno de los muchos ejemplos de caracterizaciones chatas que hay en la película, el lado negativo a la falta de chiste. Entre esto y la extrema cantidad de actuaciones especiales sin impacto (incluyendo al futbolista colombiano “Pibe” Valderrama, y al músico uruguayo Rubén Rada), casi no hay humor verdadero, y la promesa de bizarrez queda casi totalmente ignorada. Es así que, cuando llega el innecesariamente aleccionador final, uno no puede evitar estar plagado de preguntas: ¿Cuál era el punto de todo? ¿Cuál es el chiste en ver al Mini de Duro de Domar actuando una escena como abogado? ¿Y cómo puede ser que una película con un falso Luis Miguel en plan de hombre lobo pueda ser tan olvidable? La vida está llena de interrogantes impredecibles, pero ciertas respuestas, como Por Un Puñado De Pelos, son tan pequeñas que parecen nunca haber existido.