Por un puñado de pelos

Crítica de Fernando López - La Nación

Hasta el humor más disparatado y absurdo tiene sus exigencias. No se trata solamente de encontrar una buena idea que sirva como punto de partida ni basta con intentar parodias y añadir personajes estrambóticos y caricaturescos para sacarle provecho. Hacen falta ingenio para lanzarse al delirio, ritmo para que la broma mantenga su dinamismo y chispa para encender el delirio general y favorecer el contagio entre los que participan del juego. Bastante poco de todo esto que tanto contribuyó en otros tiempos al desenfado y el desatino humorístico de De la cabeza y Cha Cha Cha hay en Por un puñado de pelos, salvo la prometedora idea inicial y algún que otro hallazgo esporádico, como el cerdito disfrazado de mascota perruna o ciertos atisbos de western tomados en clave de parodia.

El pelo juega un papel central en esa idea. Es la obsesión del protagonista, hijo de papá millonario. Ningún método, ningún remedio, ningún masaje lo ha liberado de la calva que desde joven ha hecho mella en su autoestima y que él en vano intenta disimular bajo laboriosas construcciones capilares,

Hasta que, de charla con el encargado de su edificio, se entera de ciertas aguas milagrosas que hay en una vertiente de su lejano pueblo de origen. Como el hombre se ha hecho amigote y ahora mismo está por regresar a casa para celebrar los 105 años de su abuela, decide llevarlo en su auto. Ya se verá allá si las mentadas aguas, además de haber logrado erradicar la calvicie en aquella remota región, vienen con alguna contraindicación y si pueden convertirse al mismo tiempo en una gran solución para el viajero y en un gran negocio para todos, o casi todos. Algunos se niegan a revelar sus secretos y comerciar con sus tradiciones y sus creencias.

El contraste entre el millonario de la gran ciudad y la pequeña comunidad llena de personajes grotescos, mitos y supersticiones es uno de los filones de los que el guión de Damián Dreizik y Montalbano intenta explotar con muy relativo éxito. Pero el humor es pálido y la buscada carcajada, demasiado esquiva. Ni siquiera ayudan a promoverla los integrantes del elenco mejor dispuestos para la risa, como el Pibe Valderrama, Rubén Rada o el propio Nicolás Vázquez, aquí sin la frescura que se le celebra en TV.