Por siempre amigos

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Historia mínima narrada con sencillez con el marco de una gran ciudad

Muchas veces recibir una herencia suele provocar conflictos, peleas, resquemores, entre los herederos. Pero en éste caso en particular el problema se genera entre los beneficiarios con alguien que no lo es, pero termina repercutiendo fuertemente en la relación de los dos protagonistas.
Jake (Theo Taplitz), que vive con sus padres en un departamento en Manhattan, es un adolescente con un gran talento para el dibujo, que lleva una vida tranquila hasta que recibe la noticia de la muerte de su abuelo. A raíz de ese hecho sus padres deciden mudarse a la casa donde vivía el abuelo, que es la casa natal del padre de Jake, ubicada en Brooklyn. Jake no sufre el cambio de barrio, ni de colegio, porque enseguida se hace amigo de Tony (Michael Barbieri), quien aspira ser actor, de manera que, al compartir el gusto por las artes, sueñan con ir a una escuela especializada.
Esta amistad inmediatamente logra acercar a los padres de Jake con la madre de Tony, que es la inquilina del local de abajo de la casa heredada, y que pertenece a la misma propiedad. Leonor (Paulina García) es una costurera que cría sola a su hijo Tony, quienes apenas sobreviven con ese trabajo. A medida que transcurre la narración el local se convierte en el objeto de disputa, porque los nuevos vecinos son de clase media, Brian (Greg Kinnear) es un actor de poca monta, y la que mantiene a la familia es Kathy (Jennifer Ehle), que es psicoanalista.
Esta obra de Ira Sachs relata situaciones de dos mundos paralelos, de dos planos, por un lado, la de los adultos, con sus vidas y las luchas con la inquilina por la renovación del contrato, que de un comienzo amigable, amable, de confianza mutua, se van alejando cada vez más en contraposición con los adolescentes, quienes cada día que pasa son más amigos y no están enterados de los roces entre sus padres.
El ritmo interno de ambos grupos va en aumento, sin pensar en el daño y las consecuencias que van a ocasionar ciertas decisiones.
Este film dramático no tiene pretensiones desmesuradas, no abre juicios de valor ni realiza alguna denuncia social. Es ni más ni menos que una historia mínima, particular dentro de una gran ciudad como Nueva York, pero es algo común que le puede ocurrir a cualquier familia.
El director logra plasmar en imágenes una historia ágil, bien contada, con un aceitado mecanismo de vincular a los personajes en cada escena. Tiene pequeños momentos emotivos, no le interesan los golpes bajos ni las grandilocuencias. Es una producción austera, precisa, que utiliza a Brooklyn como una locación más, integrándola al relato de manera justa y necesaria, otorgándole una frescura que concuerda con la narración descripta.