Polvo de estrellas

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

La carrera de David Cronenberg tomó un giro imprevisto (otro más) en los últimos años, cuando el director, manteniendo el núcleo de los temas que siempre le obsesionaron, viró su pasión por el horror y la violencia hacia un aspecto más psicólogico, contenido y de corte un tanto más “artístico”. Un Método Peligroso fue el primer punto de giro, donde a través de las historias reales de Freud y Jung el realizador acaso resumió prácticamente su filmografía entera (o la expicó). Cosmópolis, su siguiente film con Robert Pattison, fue un paso más allá: sin salir de una limusina como casi escenario excluyente, el realizador de Festín Desnudo y Scanners presentó un personaje alienado, poderoso y desagradable, al borde del abismo financiero, apostando a negocios virtuales desde su smartphone. El tono, en este caso, limitaba con el cine más vanguardista al cual Hollywood le tiene fobia. Polvo de Estrellas, en algún punto, parece una continuación de esta faceta del autor.

Aquí la limusina no le corresponde a los yuppies sino las celebridades, e inclusive como notable ironía, quien antes la utilizaba como medio de transporte excluyente ahora la conduce como método de subsistencia económico: Pattison, aunque en un rol secundario, vuelve a demostrar que está ya lejos, muy lejos, de su otrora pasado como vampiro sensual posmoderno.

El paseo comienza con lujo y termina en lujuria (asesinato, suicidio e incesto de por medio), pero así parece ser todo en la verdadera Ciudad del Pecado, Los Angeles.

No hay un solo personaje en Polvo de Estrellas que genere al menos un mínimo de empatía, y eso imprime en la película una cierta distancia y frialdad que, inevitablemente, se resiente y por momentos abruma. Julianne Moore interpreta a una actriz en plena crisis de mediana edad, obsesionada por obtener un papel a toda costa. Es éste rol el que le brindó a Moore un premio a mejor actriz en el Festival De Cannes, enormemente justificado por la que es, posiblemente, la mejor actuación -y más atípica- de su extensa carrera.

Acompañan el relato coral una familia disfuncional constituida por un pre-adolescente monstruoso (una suerte de Justin Bieber descontrolado), un padre hipócrita y desinteresado por el resto de su familia (John Cusack) y una madre-manager que sabe muy bien cómo capitalizar a su hijo (Olivia Williams). Éstos dos últimos guardan un oscuro secreto que, cuando parece que el argumento no puede retorcerse más, traspasa nuevamente la línea de la decencia. Moral, escrúpulos y honestidad no son palabras poco escuchadas en este sub-mundo enfermizo: son simplemente palabras inexistentes.

Cronenberg esboza así, junto al guionista Robert Wagner, su rechazo para con esta cultura de la lujuria, banalidad y lo tristemente efímero, pero no lo hace desde lo aleccionador sino desde un simple muestrario de las bajezas más deplorables del ser humano. Su “mapa para conocer las estrellas” (tal el título original) se parece a la más lograda (y un tanto más surrealista) El Día de la Langosta (The Day of the Locust, Joe Schlesinger), aunque con menos emoción y vida. Un retrato de la frivolidad absoluta contado desde la frialdad misma.