Poltergeist - Juegos diabólicos

Crítica de Guillermo Monti - La Gaceta

Poltergeists eran los de antes

Los Bowen eligieron la peor de las casas para iniciar una nueva vida. El lugar está colmado de presencias inquietantes, que se manifiestan desde el primer momento. La pequeña Madison parece ser el objetivo de estos espíritus, que lucen más malévolos que juguetones.

Otra remake y ya perdimos la cuenta. ¿Cuántas van? Y las que vienen... Bien, no todas son un fiasco. Ahí está la flamante “Mad Max”, sólida y desafiante. Pero la vara de “Poltergeist” estaba muy alta y esta película ni siquiera despegó del pavimento. Hablamos de un clásico popular ochentoso, alumbrado por la dupla Steven Spielberg-Tobe Hooper; imaginativo, inquietante y divertido. ¿Por qué no dejar las historias donde estaban si está claro que el nuevo intento carece de esos atributos? ¿Por qué, Fox?

Madison, la menor de la prole del matrimonio Bowen, fue abducida por unos seres malísimos. No son fantasmas, que podrán asustar pero no dejan de ser etéreos. Acá hay poltergeists de por medio, espíritus inquietos, ruidosos, a veces juguetones. Pero en este caso están enojadísimos. Decíamos que se llevaron a Madison. ¿Qué hace la familia? ¿Se angustia al extremo? ¿Desespera? Para nada. Acude a un equipo de especialistas en fenómenos paranormales, los instala en su casa y se toma tiempo hasta para bromear con ellos. ¿Y la nena? En fin.

En aquella “Poltergeist” sobraban los hallazgos visuales. Las sillas sobre la mesa de la cocina constituyen una viñeta de la época. Y asustaba, al punto de que se creó la leyenda sobre la maldición que persiguió a los actores (la niña que interpretaba a Madison, Heather O’Rourke, murió durante el rodaje de la secuela). Este reboot, un festival de clichés del género, ni siquiera es capaz de apropiarse de ese legado.